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MEMORIA HISTÓRICA

Un valenciano realiza un documental sobre Mauthausen

Un valenciano realiza un documental sobre Mauthausen

PAU VERGARA PRESENTARÁ SU OBRA EN LA SEMINCI DE VALLADOLID


El realizador valenciano Pau Vergara participará en la 49 Edición de la Semana Internacional de Cine (SEMINCI) de Valladolid con el documental "Más allá de la alambrada, la memoria del horror. Mauthausen 1939-1945", que reúne testimonios de algunos supervivientes de este campo de concentración, donde murieron cerca de 5,000 españoles.

SEMINCI, que se celebrará del 22 al 30 de octubre en la capital vallisoletana, ha seleccionado este documental para participar en la sección Tiempo de Historia de la SEMINCI, una de las competiciones centradas en el cine documental más prestigiosas de nuestro país.

Según explicó Pau Vergara, se trata de un "ambicioso documental", producido por Maltés Producciones, S.L, Dacsa, S.L, ATM, S.L y con la participación del IVAC, que aborda la experiencia personal de varios deportados españoles en el campo de concentración de Mauthausen.

"Por encima de todo "Más allá de la alambrada" quiere recordar la tragedia de los aproximadamente 5.000 españoles de los 7.000 que llegaron al campo y que murieron en Mauthausen y sus más de 40 "kommandos", señaló el realizador.

El rodaje se inició en Valencia, Alicante y Barcelona, donde se realizaron varias entrevistas con supervivientes españoles. Posteriormente el equipo se trasladó a Austria donde rodó en Mauthausen (campo central), Gusen, lugar donde fueron asesinados la mayoría de españoles, y el Castillo de Hartheim.

Pau Vergara explicó que el rodaje del documental "ha sido bastante duro, sobretodo por las condiciones meteorológicas. Hemos tenido niebla, lluvia y nieve y eso siempre complica las cosas, pero se trataba de que esas condiciones adversas las pusiéramos a nuestro favor para mostrar una determinada imagen gris y triste de un lugar tan penoso".

Según indicó, tras analizar el material, el equipo viajó a París donde residen varios españoles y continuó por otras ciudades como Toulousse, Montpellier o Perpignan.

La mayoría de españoles fueron a Mauthausen tras haber luchado junto al ejército republicano y participado en la II guerra Mundial en las compañías de trabajo junto al ejército francés.

"La palabra olvido no forma parte del diccionario de los supervivientes españoles y valencianos del campo de concentración de Mauthausen", aseguró Vergara.

Agregó que "cuando fueron liberados en la primavera del 1945 juraron que no olvidarían lo ocurrido y que harían lo posible para mantener viva la llama de la memoria", pero indicó que esto "no fue fácil, porque el manto del franquismo pesó como una losa y parte de esa memoria quedó sepultada".

"Sólo salió a la luz a partir de novelas como "K.L Reich", de Amat Pinella o a finales del franquismo con libros como "Catalans als camps de concentració", de Montserrat Roig, que sirvieron de punta de lanza para investigaciones posteriores", indicó.

Cerca de 500 valencianos murieron en Mauthausen y sus "kommandos", mayoritariamente jóvenes que nacieron en poblaciones como Burriana, Benicasim, Morella, o­nda, Pego, Elda, Denia, Sagunto, Alzira o Elche.

Entre los supervivientes hay tres valencianos: Luís Estañ, José Jornet y Francisco Aura, según señaló Vergara, que precisó que "hemos querido que los supervivientes sean los verdaderos protagonistas del documental".

"El objetivo es hacer un fresco humano de lo ocurrido contado de forma directa por sus protagonistas. En este sentidos los testimonios aportados por los valencianos son fundamentales para la mirada que queríamos trazar", afirmó.

Panorama Actual

Memoria de la Guerra Civil

Memoria de la Guerra Civil

La Diputación de A Coruña y la Universidade de Santiago financian un estudio sobre los hechos acaecidos en la provincia coruñesa entre 1936 y 1939


La Guerra Civil fue un episodio atroz en la historia contemporánea de Galicia que dejó en los ciudadanos un poso difícil de olvidar. Aclarar en todo lo posible lo sucedido en estos años de terror y represión es la principal premisa de un estudio que, bajo el título Represión y guerra civil en la provincia de A Coruña, 1936-1939 , se llevará a cabo gracias a la colaboración entre la Universidade de Santiago y la Diputación de A Coruña.

Dos años de duración es el tiempo asignado a esta investigación, que realizará un equipo de expertos de la Universidad compostelana bajo la dirección del profesor titular del departamento de Historia Contemporánea, Emilio Grandío Seoane. El objeto de la investigación serán los fondos que se encuentran en el Tribunal Militar Territorial IV y que, como explicó Grandío, «sacarán a la luz algo más que datos numéricos para realizar estadísticas. Lo que se pretende es conocer cuestiones de vivencias diarias que resulten de utilidad académica y social».

El estudio va a realizarse con la intención de responder a la inquietud de varios investigadores por desvelar lo sucedido en unos años que forman parte de la identidad colectiva ya que los expertos han descubierto en los archivos que durante ese tiempo se abrieron en la provincia 800.000 causas ideológicas. Asimismo, como puntualizó el profesor, «existe una demanda social del pueblo gallego, ya que todavía hay personas que están buscando a sus familiares».

Grandío resaltó la importancia de este estudio en una sociedad como la nuestra, «en la que tenemos conciencia de olvido y no de la resistencia contra el franquismo», para que sea capaz de tomar conciencia de la necesidad de «conocer bien el pasado para sentar las bases de la sociedad del futuro».

El trabajo se presenta en dos fases de duración anual, tras las que, investigadores y ciudadanos tendrán a su disposición documentación detallada del proceso represivo en la provincia durante la contienda.

El motivo de que sea la provincia coruñesa el centro de investigación se debe al papel ejercido por Santiago, Ferrol y A Coruña como centros naval, cultural-eclesiástico y administrativo durante los años de la contienda. El profesor destacó que «un estudio sobre la Guerra Civil sin esta provincia, quedaría cojo».

Este trabajo, para cuya realización la Diputación Provincial de A Coruña ha aportado 14.500 euros, analizará una pequeña parte de los documentos existentes sobre el tema, ya que, como explicó Grandío, «resulta difícil localizarlos y publicar todos los archivos, porque no debemos olvidar que muchos fueron destruidos en el franquismo». En esta ocasión, el trabajo de los expertos hará posible que los datos abandonen el archivo en el que se encuentran para transformarse en una parte de la historia.

Ana Gómez
La voz de Galicia

El impostor que juzgó a Grimau

El impostor que juzgó a Grimau

Manuel Fernández Martín fue ponente y fiscal en miles de consejos de guerra, incluido el del histórico dirigente comunista Julián Grimau, fusilado en 1963. Pero ni siquiera aprobó primero de Derecho. Obsesionado con «los rojos», mantuvo su farsa 30 años.Cuando fue descubierto, en 1964, ya había enviado al paredón a mil personas. IU pedirá esta semana que el Gobierno reabra de oficio los procesos. Miles de sentencias podrían ser nulas.

Era «una auténtica bestia», dice el abogado José Jiménez de Parga.Su nombre: Manuel Fernández Martín. Para la Historia no es nadie.Pero la viuda de Julián Grimau, fusilado en 1963, no lo olvidará nunca. Él interrogó al dirigente comunista en un consejo de guerra que espantó al mundo. Él redactó su sentencia de muerte en abril de 1963. Y, desde el estrado, fingió durante 30 años ser abogado y engañó al mismo régimen al que siniestramente sirvió.

Como fiscal o ayudante de los tribunales militares, el comandante Fernández Martín intervino en 4.000 juicios sumarísimos y envió a un millar de presos políticos a los paredones franquistas.Pero ni siquiera había aprobado primero de Derecho. Sólo por eso e incluso según la legislación de la dictadura, todos aquellos consejos de guerra fueron nulos. Y sus mil muertos víctimas de asesinato.

José Jiménez de Parga vio en directo la actuación de «la bestia» en cientos de procesos militares contra civiles, incluido el de Grimau. «Era un hombre gordito, de Badajoz, (donde nació, en 1914) que iba de simpático. Se le veía fuera del mundo judicial.Acosaba a los procesados. Les insultaba. Un verdadero hijo de puta». Jiménez de Parga y otros se percataron del poco conocimiento de leyes de aquel hombre. Pero en aquel momento no podían sospechar siquiera hasta que punto fue un farsante.

El ponente del caso Grimau se estrenó muy pronto como impostor profesional. El 2 de octubre de 1936, con 22 años, se sumó a las tropas rebeldes, y «a los seis días fue habilitado como alférez médico», explica el magistrado Juan José del Aguila. Sólo que no era médico. Eso no le impidió participar en decenas de operaciones durante seis meses. En abril de 1937 se le nombró oficial del Cuerpo Jurídico Militar. Pero tampoco era abogado.

En Extremadura se conocía a Fernández Martín, entre otras cosas, por su actividad a favor del Movimiento, y de eso se valió para urdir su estratagema. Escribió al presidente del Colegio de abogados de Cáceres, pidiéndole un certificado que le acreditase como «una persona de conducta intachable y afecto al régimen», recuerda el ex jefe de la Casa Real, Sabino Fernández Campo, en el libro de Manuel Soriano La sombra del Rey. Cuando lo tuvo en su poder, sobre una oportuna línea en blanco de ese escrito Fernández Martín añadio: «y está matriculado en este colegio de abogados». Con ese papel, el iletrado letrado fue ascendiendo en la carrera judicial dentro del ejército. Cuando alguien le pedía el expediente académico, Fernández Martín se excusaba diciendo que se lo habían quemado durante la guerra. Nadie le puso pegas.

«La viuda del acusado, que pase». Los bedeles del tribunal militar hacían la gracia antes de cada consejo y los fascistas se la reían. A nadie le importaba dar apariencia de legalidad a aquellas pantomimas. Pero con Grimau existía la duda. Era muy tarde. Llegaba el turismo. El desarrollismo. Se aireaban en panfletos los «25 años de paz». Y la presión internacional era tan fuerte que hubo esperanzas hasta el último momento.

Fernández Martín jugaba el papel de vocal ponente en el proceso a Grimau. Enrique Eymar, «juez especial militar de Actividades Extremistas» desde 1958, presidía el tribunal. Pero tampoco era juez. Y eso era legal. «Por eso el ponente tenía tanto poder.Su misión era asesorar a los miembros del tribunal, que no tenían formación jurídica de ninguna clase», explica Alejandro Rebollo el militar que defendió a Grimau. Él, por suerte, sí era abogado.La ley daba al reo la posibilidad de elegir a su representante legal entre los tres escalafones del Ejército, pero no tenían porqué ser letrados. Y, normalmente, no lo eran porque apenas había. Rebollo fué el único actor de la representación capacitado para ejercer su papel, y el único que lo hizo. La defensa de Grimau le costó la carrera.

Nada más terminar la Guerra Civil, Fernández Martín fue director de los campos de concentración de prisioneros de Badajoz y Mérida.Y conservó los métodos. «Era bajo, rechoncho y muy moreno. De carácter muy fuerte. Un hombre obsesionado. Antes de entrar en un consejo de guerra necesitaba ponerse a tono. Y leía libros sobre los crímenes de los rojos para motivarse», recuerda Rebollo.«Me llamó para decirme que Grimau se lo merecía todo. Me dijo que lo tenía muy mal si quería defender a ese hombre. Me acusó de ser el causante de las manifestaciones en el resto de Europa en contra del juicio y de Franco. Y me tiró un periódico a la cara: Ahí está tu salario. Ya tienes una calle en Praga. Resultó que era verdad».

El jueves 18 de abril de 1963 llovía en Madrid. A las nueve de la mañana comenzó el consejo en los Juzgados Militares de la calle del Reloj, atestados de policía y periodistas extranjeros.«Usted tendría que darle las gracias a Franco por no haber cumplido condena tras la Guerra Civil», le espetó el falso ponente a Grimau.«Así empezaba con todos», recuerda Jiménez de Parga. «Todos lo militares tenían el sable encima de la mesa». Junto a un crucifijo y el Código Militar. Fernández Martín no fue el único. «Había 50.000 como él. Gente que se hizo pasar por lo que no era en el Ejército argumentando que su título se había perdido en la guerra. En el cuerpo jurídico militar se metía todo el que quería.Lo más vergonzoso es que ningún colegio de abogados de España fue capaz de hacer nada hasta 1963. No fueron capaces de defender a la gente que estaban fusilando». Todos los consejos eran una farsa. «Convocaban a los miembros del tribunal la noche anterior.A la mañana siguiente, ese señor se presentaba allí, con su sable, y votaba la pena de muerte».

«QUE SE CALLE»

Julián Grimau fue acusado de cometer torturas y asesinatos en una checa de Barcelona durante la guerra. Aquellos hechos no se probaron. Pero, en cualquier caso, Franco no hubiera podido condenarle por ellos tantos años después, si no se demostraba que el acusado había cometido un «delito continuado». Lo único que Grimau hizo contínuamente fue ser comunista. Rebollo basó toda su defensa en lo absurdo de considerar contínua su actividad subversiva, ya que pasó años en el extranjero y ni siquiera pudo encargarse materialmente de repartir los panfletos que le llevaron ante el pelotón. No sirvió de nada. Grimau tomó la palabra para explicar que no cometió crimen alguno y fue leal a la República.Fernández Martín le cortó. En el proceso no alegó las torturas, pero quiso explicar la razón de su herida en la frente, cuando cayó desde la ventana de la Dirección General de Seguridad.El ponente le volvió a acallar. A las dos de la tarde, el juicio había terminado. Y Grimau era condenado a muerte por «rebelión militar».

Su vida pasó a manos del Consejo de Ministros, que podía haber conmutado su pena al día siguiente. De los 19 hombres que se sentaron junto a Franco, 7 eran militares, tres pertenecían al Opus Dei, algunos provenían del Movimiento, como José Solís Ruiz y Manuel Fraga, en ese momento con la cartera de Información y Turismo, y el resto eran tecnócratas sin afiliación. Entre ellos Fernando María de Castiella, ministro de Asuntos Exteriores, que intentó oponerse argumentando la repercusión internacional del fusilamiento. El consejo duró más de 10 horas y Franco quiso una votación formal y explícita, explica Pedro Carvajal en su biografía de Grimau. Todos votaron a favor.

Pero dos semanas antes, el 5 de abril, el Consejo de Ministros había aprobado la creación del Tribunal de Orden Público. Manuel Fraga lo recoge en sus memorias. Sin embargo, el Ministro de Información y Turismo ni siquiera lo comentó en la rueda de prensa posterior al consejo. La noticia se ocultó hasta 10 días después del fusilamiento. La creación del Tribunal impedía, por principio, que un consejo de guerra juzgase a Grimau. Y si se hubiera sabido, el indulto hubiera sido automático.

Los amigos y compañeros de Grimau estaban en ascuas. Esa noche, Joaquín Ruiz Jiménez y José Jiménez de Parga se fueron a buscar a Fraga a una recepción en la embajada de Colombia. «¡Nos dijo que no había que preocuparse, que no le iban a fusilar!», recuerda Jiménez de Parga. Una hora después Rebollo fue llamado urgentemente.Grimau iba a ser ejecutado.

«Fue una noche horrible. Llamamos a todas partes. Mi mujer llamó al Vaticano», cuenta Jiménez de Parga. «El secretario del Papa (Juan XXIII) le dijo que estaba descansando pero que no se preocupase».Rebollo pasó esa noche en capilla con el condenado. A las 6 de la mañana, esposado y en el paredón, Grimau le abrazó. Después, 27 disparos le hicieron saltar por los aires. Cuando cayó al suelo no estaba muerto. Alguien le gritó a un teniente para que disparase los tres tiros de gracia.

Su mujer, Angeles Martínez -Angelita Grimau-estaba en París.Vive entre Francia y España. El teléfono de la casa de su hija suena y una mujer contesta:

-Dolores Grimau no está.

-¿Es usted Angelita?

La mujer no responde. Ya sabe que habla con una periodista. Al final se traiciona.

-Mis hijas no van a decirles nada. Estamos cansadas.

Angelita Grimau vive en silencio desde hace 40 años. Tras la ejecución quiso que se revisase el proceso. «Y el Partido no quiso saber nada. Se enemistó con ellos con toda la razón», dice Jiménez de Parga. «Fue una figura esencial. Participó en toda la campaña internacional por eso sería tan relevante que hablase», afirma José Luis Losa, periodista y experto en la causa de Grimau.«Su digno silencio se entiende. Si Julián Grimau fue una de las víctimas más tremendas de la dictadura franquista, Angelita lo es de la Transición. De su olvido y su silencio».

En 1964, Fernández Martín fue descubierto. Sólo la Universidad de Sevilla pudo certificar que había estudiado allí. Aprobó tres asignaturas. Dos años después fue condenado a un año y seis meses.El tribunal tuvo en cuenta, como atenuante «que no pretendió causar daños de tanta gravedad». Murió poco después. No entendía por qué se le había sometido a tal «humillación».

En 1990, el Supremo revisó la causa de Grimau y la dio por buena.«El caso era nulo de pleno derecho y el argumento del falso ponente fue importante, pero pesaron más los factores políticos» constata Rebollo, hoy magistrado jubilado. «Si se hubiera abierto la espita, las víctimas se contarían por miles». Izquierda Unida trató de rehabilitar su nombre en el Parlamento en 2002. El PP votó en contra, porque temía que aquello se conviertiese «en un juicio contra Fraga». IU lo ha solicitado de nuevo y, esta semana, intentará que el Gobierno reabra de oficio los procesos. Una comisión creada el 10 de septiembre estudiará la situación de las víctimas. Ellas no podrán volver a ser juzgadas.

El Mundo
JOSEFA PAREDES

«La Guerra Civil no fue ni una gesta heroica ni una locura colectiva»

«La Guerra Civil no fue ni una gesta heroica ni una locura colectiva»

Enrique Moradiellos analiza en '1936' los mitos por los cuales «las mujeres de la época permitieron que sus maridos e hijos fueran al frente»

Caliente estaba la cosa como para poner un fajín en la portada del último libro de Enrique Moradiellos -'1936. Los mitos de la Guerra Civil'- con esta leyenda: «Contra las mentiras de Pío Moa». El autor se excusa y dice que de él no partió la idea de adornar el volumen con ese mensaje, algo comprensible cuando se lee la obra, que sólo cita a Moa una vez, y de pasada.

Fue el equipo comercial de la casa editora, Península, la que decidió sacar al máximo provecho a la polémica que Moradiellos y Moa, el ex militante de los GRAPO, habían tenido con anterioridad mediante un cruce de artículos. «Sí, el fajín es equívoco y descortés. Pero lo asumo porque no he hecho nada por retirarlo, y lo cierto es que mi visión de la guerra es contraria a la suya».

Según Moradiellos (Oviedo, 1961), no puede decirse que la versión de Moa sea original, a pesar del éxito que ha tenido en los dos últimos años. «Reactualiza con matices la doctrina oficial del franquismo. Gran parte de sus líneas argumentales y de sus pruebas están ya recogidas en la 'Historia de la Cruzada' de Joaquín Arrarás, ocho volúmenes publicados entre 1939 y 1943, y son muy conocidas para quien haya seguido la trayectoria de Ricardo de la Cierva».

El historiador, alumno de Paul Preston, opina que Moa «vuelve al mito franquista de la guerra como un fenómeno inevitable contra un enemigo que estaba contra Dios y contra España, es decir, demonizado y apátrida».

Ese fue uno de los mitos que justificaron la muerte de 300.000 españoles y el encarcelamiento de casi otros tantos. En el otro extremo está el de la guerra como una lucha de proletarios contra burgueses, sostenido por anarquistas, comunistas y socialistas de Largo Caballero, y recogido en el 'Homenaje a Cataluña' de George Orwell.

Un fin superior

Moradiellos utiliza la palabra mito como la forma de justificar una matanza de ese calibre y por la cual «parece justo eliminar al contrario, al vecino, al familiar. Eso se tiene que hacer en base a un fin superior, tiene que estar legitimado para que la mujer permita que su marido o su hijo vayan al frente».

Para el historiador, «la Guerra Civil no fue ni una gesta heroica, como se ha mantenido en los dos extremos políticos, ni una locura colectiva, como se empezó a decir en los años sesenta para propiciar la reconciliación nacional».

El mito que él cree más atinado es el que mantuvieron liberales como Azaña y socialistas como Indalecio Prieto. «La guerra fue entre una democracia socialmente avanzada y una reacción militar que une la tradición carlista, el ideario falangista y el espíritu africanista».

No hubo dos, sino tres bandos, como bien lo supo Unamuno antes que el maestro de Moradiellos, Paul Preston: los fascistas, los liberales y los revolucionarios. Incluso en el nacionalismo vasco hubo también tres vetas, la leal a la República del lehendakari Aguirre, la que sólo pensaba en la independencia y acabó pactando con los fascistas italianos en Santoña y la que, en Navarra sobre todo, se unió con el tradicionalismo carlista.

Para Moradiellos, la Guerra Civil no fue una excepción, o un producto de la violencia fratricida de los españoles. «Desde Hugh Thomas, los historiadores la vemos como una gran fractura social y como el resultado de una crisis de autoridad pública. España no fue diferente al resto de Europa, en el sentido de que hubo un enfrentamiento entre reaccionarios, revolucionarios y los reformistas».

El correo digital

No al olvido

No al olvido

En los tiempos extraños de la Transición se impuso el dogma interesado de que la dictadura franquista era cosa del pasado remoto y tan poco recordable como el reinado de Ataúlfo o la batalla de las Navas de Tolosa. Aquí paz y después gloria, vinieron a decir quienes apoyaron, defendieron y colaboraron directamente con el régimen del tirano, y también vino a decirlo una izquierda timorata y desleída que no quiso proponer la revisión implacable de los crímenes franquistas en aras de una reconciliación nacional para cuyo supuesto éxito no había más remedio que sacrificar la memoria de las víctimas. Mientras, buena parte de los victimarios llegaban incluso a presidir comunidades autónomas allá por el noroeste, un poco más arriba de Portugal.

Décadas más tarde, las víctimas del horror franquista y sus herederos parecen dispuestos a mirar atrás para reivindicar el recuerdo de los hombres y mujeres que fueron asesinados por defender la República legítima. Se están desenterrando los restos de las más de 30.000 personas que se calcula fueron sepultadas de mala manera en las cunetas tras el preceptivo tiro de gracia. Se exige que se anule ese esperpento que se dio en llamar justicia franquista y que se recupere con minucioso detalle la historia de la represión, además de devolver la dignidad póstuma a los represaliados por el régimen. Alemania hace tiempo que hizo examen de conciencia dolorosa sobre las atrocidades del nazismo e Italia también acerca de los crímenes fascistas. Insuficientemente en ambos casos, pero lo han hecho.

España sin embargo dejó correr el más tupido de los velos para tapar las vergüenzas ensangrentadas de ese fragmento de su pasado y concedió la inmunidad de facto a los culpables de la represión. No se ha celebrado ni un solo homenaje a las víctimas del franquismo, ni siquiera siguiendo el ejemplo reciente del canciller Schröder en su país respecto a quienes sufrieron el delirio exterminador del nazismo. Algo profundamente injusto se pactó en los juegos de salón de la Transición española. A 68 años del inicio de la carnicería es imprescindible recuperar la memoria con nombres y apellidos si queremos que nuestros hijos sepan lo que sucedió en España a partir del 18 de julio de 1936. Porque no estamos hablando del Pleistoceno superior, ni siquiera de la rebelión de Don Pelayo: estamos hablando de hace apenas unas décadas y de hechos que dejaron marcado a este país para siempre. Tantos asesinados, torturados, ninguneados no merecen el olvido. En eso estamos por fin.

CARLOS PÉREZ URALDE

EL Correo Digital

Julio Anguita en el coloquio sobre la República de la Fiesta del PCE . "La República no se invoca, ni se trae. Debemos construirla"

Julio Anguita en el coloquio sobre la República de la Fiesta del PCE . "La República no se invoca, ni se trae. Debemos construirla"

Con el espacio de debates del Pabellón de Convenciones literalmente abarrotado por público de todas las edades, ha tenido lugar el coloquio sobre la República que es ya un clásico de la Fiesta, y que parece cobrar interés y concitar mayor expectación cada año.

Los intervinientes en el coloquio se han ajustado al título, repartiéndose la tarea. Miquel Jordá ha hablado del pasado, Víctor Ríos del presente y Julio Anguita del futuro de la República en España.

Jordá, quien ha empezado aclarando que la Unidad Cívica por la República es una asociación cultural que nació hace poco más de dos años para reivindicar la recuperación de la memoria histórica (huyendo del "folklore") y para luchar por la III República, y por la conquista de la democracia que se frustró con la Transición. Seguidamente, Jordá hizo un curioso y revelador repaso por algunos monumentos de los que todavía adornan las calles y plazas de la capital del reino, Madrid. El Conde-Duque de Olivares, Carlos III, el general Espartero, el general Martínez Campos, Manuel Gutiérrez de la Concha, son nombres ilustres que los madrileños se encuentran irremediablemente en sus paseos por el parque del Retiro o la puerta del Sol, represores y opresores al servicio de las dinastías monárquicas, aunque su imagen haya sido convenientemente dulcificada. Jordá concluyó su paseo frente a los Nuevos Ministerios, ante la imagen a caballo del carnicero general Franco.

"El pasado del país es triste, pero no podemos ignorar el sufrimiento de las generaciones anteriores. Quisieron silenciarlo todo con los pactos de la Transición", reivindicó Jordá, refrescando la memoria de los asistentes con algunos ejemplos de la adhesión al franquismo que demostró la actual familia real española, aún incluso después de la muerte del dictador.

Asimismo, Jordá manifestó que "esperar una rectificación por los partidos políticos que se reparten el poder es una quimera. Se puede ser de derechas y republicano, pero jamás de izquierdas y monárquico, o juancarlista". Una cerrada obación siguió a estas palabras del veterano luchador republicano, quien concluyó su intervención poniendo de manifiesto que "la historia se repite, como en el siglo XIX padecemos la alternancia de dos grandes partidos en el poder y el caciquismo. Las mismas razones de fondo que existían para luchar contra el franquismo existen hoy para luchar contra la monarquía".

Víctor Ríos habló de la diversidad de cepas republicanas, y que, dentro de ellas, "la española ha sido siempre excelente, ya que la defensa de la República en nuestro país ha estado siempre vinculada con procesos de ruptura y enfrentamiento con las clases dominantes. Así fue en 1873, en 1931 y así será cuando conquistemos la III República".

Ríos, a quien le tocaba analizar el presente del republicanismo en España, lo definió como "un vaso que se ha ido llenando, y que hoy se encuentra casi medio lleno, de forma que podría estar rebosando en pocos años si trabajamos a buen ritmo". Recordó que desde el fin de la dictadura franquista hasta que se aprobó la Constitución de 1978 no se ha vuelto a producir un debate sobre Monarquía o República, y que en los últimos años se ha transformado en una cuestión de actualidad, en la que inciden dos factores: la necesidad de recuperar la memoria histórica, rechazando el olvido y el punto final sobre lo que ocurrió durante la Guerra Civil y la dictadura; y la necesidad de reexplicar la Transición y hacer balance de la Constitución. Víctor Ríos no rehuyó la cuestión en este punto de la aceptación, por buena parte de la izquierda, del argumento de que el dilema no era entre monarquía o república, sino entre dictadura o democracia. "Ese sofisma ya no es sostenible y fue un fraude a la soberanía popular", afirmó Ríos, quien recomendó el libro de Joan Garcés "Soberanos o intervenidos" para entender hasta qué punto el Departamento de Estado norteamericano pilotó la Transición española, financiando un partido y un sindicato que parecieran de izquierda para romper el papel del PCE y de las Comisiones Obreras, quienes realmente habían luchado contra el franquismo.

Víctor Ríos hizo referencia a la vigencia del ideario republicano clásico, pero afirmó que es necesario actualizarlo, y reivindicó un nuevo republicanismo, poniendo como ejemplo la República Bolivariana de Venezuela, en cuya Constitución hay elementos realmente innovadores, como la revocabilidad de todos los cargos elegidos, el reconocimiento del trabajo reproductivo como productor de valor y por consiguiente la inclusión de las amas de casa a la Seguridad Social, o la creación del poder ciudadano como poder autónomo y controlador del ejecutivo.

Finalmente, Víctor Ríos puso condiciones para que sea posible el avance del republicanismo, señalando la necesidad de que tenga carácter abierto y no se use de forma partidista; de que se actualice el ideario republicano vinculándolo a la lucha contra la globalización capitalista, a la exigencia de profundizar en la democracia y a la reivindicación de derechos sociales como básicos.

Julio Anguita tomó la palabra con una reflexión sobre el pasado, para referirse al futuro, recordando al auditorio que el pueblo español es tornadizo, y que tras los fervores republicanos y revolucionarios, el proceso se revirtió a favor de la monarquía y de las clases dominantes. "Debemos adquirir conciencia de que este asunto es serio, no algo folklórico", interpeló al público diciéndole que "la República no vendrá si no la traemos nosotros", y llegó a citar a Kennedy para preguntar a cada uno de los asistentes qué estaban dispuestos a hacer por la conquista de la República. "La III República no se invoca, no se trae; se construye y se trabaja por ella".

El eje central del discurso de Julio Anguita consistió en vincular la III República a la transformación social, a resolver el problema del Estado y a establecer otro tipo de relaciones internacionales. En cuanto al primer aspecto, afirmó que "la III República es la puesta en marcha de un motor para otro tipo de sociedad", y comparó la Constitución Española de 1931, que recogía en su articulado la socialización de propiedades cuando afectan a sectores estratégicos de la economía, y el proyecto de Constitución Europea, donde el neoliberalismo se convierte en principio constitucional. Para Anguita, la República es "la forma más avanzada de hacer realidad el principio democrático", y afirmó que se trata de un problema de alternativa de sociedad, explicándolo con un ejemplo gráfico: "no se trata solamente de expropiar a la duquesa de Alba, sino sobre todo de saber qué hacemos con las tierras, qué forma de producir queremos". "El problema del jefe de Estado no es lo fundamental, es el último detalle: si no construimos República, el peligro es que podemos tener una República de derechas, y no es descartable que las clases dominantes defiendan la idea republicana cuando les resulte conveniente".

Al igual que Víctor Ríos, vinculó la lucha por la República a la lucha contra la globalización capitalista, pero también a valores alternativos, como la austeridad, la solidaridad internacionalista, la paz (que implica la lucha contra la OTAN), y la defensa de un eje cultural alternativo.

El segundo aspecto, la resolución del problema del Estado y el conflicto de los nacionalismos, fue abordado por Anguita en relación con la cuestión religiosa, ya que en su opinión "la única unidad que tenemos es la católica, y ahí está el problema". Afirmando que la Constitución de 1978 había colocado una "bomba de tiempo" al hablar de regiones y nacionalidades pero sin definirlas, defendió que sólo sobre la base del laicismo se podrá abordar la cuestión nacional, desechando como estéril cualquier intento de buscar esencias nacionales en el pasado histórico.

Anguita señaló como ejemplo el acto constituyente del pueblo francés, que en plena Revolución Francesa decidió en la Convención que "la nación querida por ella misma es Francia". Así, el acto fundante de Francia responde al principio de soberanía popular.

Julio Anguita opuso este modelo al alemán, que sí esgrime razones históricas para definir la nación, y recordó a dónde puede conducir ese tipo de lógica. Sobre la base del laicismo y de la aplicación de la soberanía popular, dejando que sea el pueblo el que se exprese haciendo valer el derecho de autodeterminación es la única manera real de abordar el problema del Estado en España.

Finalmente, en la esfera internacional, Anguita rechazó el europeísmo, del que dijo que es "como el Nescafé en relación al café", y que consiste en la construcción de un espacio económico donde mandan los capitalistas. Reclamándose "europeo", recalcó la importancia de asumir las lecciones de la historia y el legado del continente europeo.

REBELIÓN

¡ ROJOS ENTERRADOS CON FRANCO !

¡ ROJOS ENTERRADOS CON FRANCO !

SUENA A MACABRO sarcasmo pero es verdad. Los cuerpos de republicanos fusilados reposan en el Valle de los Caídos, a pocos metros de Franco. El padre de Fausto fue desenterrado, con nocturnidad, de una fosa común en Avila, en 1959, y trasladado al monumento del franquismo. Su hijo no quiere que siga allí

Cuando el año pasado se excavó la tierra, llamada por los lugareños la de los muertos, la fosa estaba vacía. De los siete cuerpos que la memoria del pueblo hacía en aquel viejo pozo, sólo aparecieron restos de un cráneo, pequeños fragmentos óseos, minas de lápiz que podían corresponder a dos tenderos fusilados y un dedal.«Pero hombre, ya hace mucho que se los llevaron», dijo un vecino entrado en años. Otra vez la voz de los viejos, a falta de otros documentos, hacía de brújula. Entonces Fausto Canales, ingeniero agrónomo ya jubilado, rememoró aquellas palabras que, allá por los años 60, le dijo como sin decir su único hermano: «Cuentan en el pueblo que a padre y los otros los han sacado y se los han llevado al Valle de los Caídos».

Ante la fosa vacía, Fausto sintió una punzada en el corazón.Le revolvía las vísceras la sola idea de que su padre, jornalero secuestrado en su propia casa cuando él tenía dos años y paseado por un grupo de falangistas la madrugada del 20 de agosto del 36, pudiera compartir mausoleo con Franco, a la postre su verdugo.La vieja herida de la orfandad, que le había acompañado de por vida, volvía a supurar. Su difunto era uno más de los miles de desaparecidos de la feroz represión que acompañó a la Guerra Civil en los lugares, por muy alejados del frente de batalla que estuvieran, donde el alzamiento nacional triunfó desde el mismo 18 de julio de 1936, fecha de la asonada militar contra la II República. En Pajares de Adaja (Avila), su pueblo, enseguida circularon listas negras. Las fuerzas vivas, afines a Franco, señalaban a los rojos y escuadrones de falangistas que recorrían en camioneta la retaguardia hacían el trabajo sucio en cualquier cuneta. Después, el miedo y alguien obligado a hacer de sepulturero, echaban más tierra sobre los muertos. A los familiares se les condenaba para siempre a vivir sin preguntar. Y fueron pasando los años. Hasta 68 han sido.

Fausto, empeñado aún en dar digna sepultura a su padre, ha tenido que cumplir 70 para ver cómo el Parlamento, espoleado por las exhumaciones de fosas que desde 2001 viene realizando la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), auspiciada en su origen por nietos de las víctimas, aprobara hace dos semanas la creación de una comisión estatal para el estudio de las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo. «Vivo el momento histórico, no reclamo a mi padre con ánimo de revancha ni nada que le parezca», dice para explicar cómo ha terminado llamando a las puertas del Valle de los Caídos. Su madre, Virgilia Bermejo, nonagenaria, aún vive. Mientras él le cuenta, ella le escucha, silente como casi siempre desde aquella fatídica madrugada en que se echó a sus dos hijos en brazos y se fue de la casa para no volver a pisarla nunca más. Pero hay silencios y silencios. «No nos resignamos a que nuestro padre, su marido, esté enterrado junto a Franco», repite Fausto. Hay tesón, pero no rabia, en sus palabras.

Cuando, cinco meses después de abrir la tumba vacía de su padre, Fausto pisó por vez primera el monumento franquista, el pasado 4 de marzo, una «nevada tremenda» congelaba el paisaje del Valle de Cuelgamuros donde se levanta la inmensa cruz de los caídos «por Dios y por España» entre 1936 y 1939. ¿Qué hacía entre aquellas significadas rocas el hijo de un rojo asesinado por los nacionales? Buscaba a su padre, para rescatarlo. Y lo encontró.

Un monje benedictino, de los que custodian la basílica del monumento, le acompañó finalmente hasta el lugar donde está enterrado, y del que pretende sacarlo a toda costa. Ya Fausto lo sabía todo.Una semana antes de que el 30 de marzo de 1959, víspera de la inauguración, llegaran para dar lustre al mausoleo los restos de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, una caja con huesos del pozo de Aldeaseca quedó anotada en el registro de entrada. Para que Franco escenificase la mitología, falsa y siniestra, de la reconciliación, el padre de Fausto y otros muchos republicanos fueron sacados de sus tumbas desconocidas y apilados en un monumento construido con la mano de obra esclava de miles de presos que habían combatido contra el general.

Columbario 198. Cripta derecha de la capilla del Sepulcro. Piso primero. La página correspondiente al día 23 de marzo de 1959 del registro de entradas dice así: «En el día de hoy ha ingresado en la cripta de este monumento, las siguientes cajas con restos de nuestros caídos en la Guerra de Liberación: de Navarra, 16 cajas; de Vitoria, 37; de Palencia, 26; de Alicante, 16; de Avila, 18». En total, 113 cajas. De la llegada desde Aldeaseca, el pueblo próximo a Pajares de Adaja donde fue asesinado Valerico Canales, se dice que contiene seis cuerpos: una «señora desconocida» (Flora Labajos, la mujer del dedal) y cinco varones igualmente «desconocidos», aunque en realidad eran seis (Celestino Puebla, Víctor Blázquez, Pedro Angel Sanz, Emilio Caro, Román González y Valerico Canales).El error en el cómputo se debe a que los desenterradores mandados por el Gobierno Civil al pozo de Aldeaseca se dejaron un cráneo en la fosa.

Fueron aquéllos, días de avalancha de huesos para satisfacer los deseos del Caudillo. El trasiego duró años, y fue especialmente intenso entre 1958 (cuando el Valle empezó a recibir restos) y 1964. Hasta reunir un osario de dimensiones megalómanas. Se barajan cifras muy dispares, con un arco que oscila entre 40.000 y 70.000 enterrados.

Según fuentes de Patrimonio Nacional, de quien depende el Valle de los Caídos, no se sabe con exactitud cuántos cadáveres hay acumulados en la cripta. En el libro de registro de entradas constan 26.701 anotaciones. La última, de junio de 1981, da cuenta de la llegada de 297 restos del cementerio de Torremejía, en Badajoz. «Unos son restos individualizados, con nombre, y otros están en recipientes colectivos como desconocidos», explica un portavoz de Patrimonio.

«Le pido que entienda que ha pasado mucho tiempo. Todo esto corresponde a otra época», dice la misma fuente cuando se le solicita mayor precisión. Y aun añade: «Es posible que haya muchos más muertos.Parece ser que en algunos años hubo ingresos masivos de cuerpos mal documentados... Tampoco hay anotaciones que indiquen si los restos son de militares, civiles o de qué bando proceden».[la Fundación Franco, en internet, habla de 40.000 cadáveres, «aproximadamente la mitad de cada bando»].

Cuando la recogida fue de caídos rojos no sólo se abrieron, como la práctica totalidad de historiadores creía hasta ahora, fosas de lugares donde hubo batalla. Es decir, de militares republicanos.De éstas, Queral Solé, de la Sección de desaparecidos de guerra y fosas comunes de la Generalitat de Cataluña, tiene documentado el vaciado de al menos cinco en la provincia de Lérida entre los 1958 y 1964. La investigadora buscaba, años atrás, la localización exacta de una tumba con milicianos de un hospital militar cuando el dueño de los terrenos le confió: «Se los llevaron a todos al Valle de los Caídos en los años 60». De allí saldrían unos 100 cuerpos, pero el total de los traslados de Lleida a Madrid fue de unos 2.600, según sus cálculos.

Supuestamente, el dictador pretendía saldar para siempre cuentas con el pasado fratricida, por más que en sus discursos (el de inauguración del Valle entre ellos) insistiera en una terminología («nuestros mártires») que excluía todo propósito real de reconciliación.Desde principios de los 50, Franco, a través del Ministerio de la Gobernación, había movilizado a todos los gobernadores civiles, que a su vez requirieron a los ayuntamientos bajo su mando una relación pormenorizada de las fosas donde reposaban «héroes y mártires de la Cruzada».

Fue en las respuestas de las corporaciones municipales donde empezaron a aparecer alusiones a las fosas con republicanos civiles.Así, el plan de exhumaciones suscitado como consecuencia de la obra funeraria -ahora ya se empieza a saber-, incluyó también el levantamiento de aquellos enterramientos clandestinos de paseados de cuya existencia el Régimen jamás quiso dar la más mínima pista a los parientes de las víctimas.

«Para nosotros, y las demás familias de los siete de Pajares de Adaja», dice Fausto Canales, «lo que hicieron con nuestros muertos fue una profanación... Nunca tuvimos conocimiento de la exhumación de 1959. Resulta intolerable que los restos de los asesinados por el simple hecho de pertenecer a la Casa del Pueblo permanezcan en esa cripta, bajo la inscripción de Caídos por Dios y por España». La reivindicación ya está hecha ante Patrimonio Nacional. Reclaman la devolución de sus muertos para enterrarlos con dignidad y restaurar su memoria.

«Las familias de los asesinados han pasado de no saber dónde estaban sus padres o hermanos a enterarse de que algunos habían sido llevados al peor sitio posible: a compartir mausoleo con Franco y Primo de Rivera», dice Emilio Silva, periodista, nieto de fusilado y presidente de la ARMH. Desde la asociación se trabaja ya en la recopilación de casos semejantes a los del padre de Fausto Canales. Se malicia Silva con la sospecha de que la Dictadura pudiera haber dispuesto de un listado de fosas comunes de paseados que le sirvió para elegir cuáles se abrían y cuáles no. Y pide que de ser así Patrimonio busque y haga públicos esos documentos.

Teruel, Guipúzcoa y Navarra son otras provincias donde se tiene noticias de que el franquismo hurgó en las tumbas de sus paseados.A veces lo contaron los protagonistas, como ocurrió con un camionero de Teruel contratado por las autoridades de la época (año 1958 o 59) para llevar una carga a Madrid. «Alguna autoridad dio la orden, recogieron huesos por kilos y los llevaron al Valle de los Caídos», explica hoy Francisco Sánchez, presidente de la Fundación Pozos de Caudé, nombre de una inmensa fosa turolense con, se calcula, 1.005 cuerpos aún enterrados en ella. «Si nos enteramos de la saca de restos fue porque el conductor del camión terminó contándolo a unos familiares de fusilados muchos años después, en 1977», añade Sánchez.

Se sabe también que en Oyarzun (Guipúzcoa) hasta se consultó a Franco, de vacaciones en San Sebastián en 1957, sobre qué hacer con una controvertida fosa en la que había, entre otros, un sacerdote fusilado por los nacionales. Ante el empeño de algunos parroquianos por recuperar los cuerpos y darles cristiana sepultura, el obispo habló con el dictador. Su respuesta: que se sacaran los cadáveres pero sin ruido, y que si algún familiar tenía interés en llevar los restos al Valle de los Caídos, podía hacerlo.

La mayor parte de la historia de los otros muertos de Cuelgamuros, los rojos, aún está por escribir. Y más. En la visita reciente al mausoledo de Fausto Canales, el monje que le hizo de cicerone le terminó confesando que también él tenía a su padre (asesinado en el Madrid republicano por ser el lechero de la Plaza de Oriente que servía a las monjas de la Encarnación) enterrado en la cripta.Pese a llevar allí décadas, el benedictino no lo supo hasta hace sólo dos años, cuando encontró su nombre en el libro de entradas.El religioso le hizo partícipe también de un rumor. En los años 80 una familia navarra habría conseguido rescatar de la cripta a un pariente fusilado. De eso, claro está, no hay constancia documental. Franco concibió el monumento como un viaje sin retorno para los difuntos. Ahora la palabra, sabe Fausto Canales, la tiene Patrimonio Nacional. Y algunas fosas vacías, que empiezan a hablar...

¿LORCA EN LA NECROPOLIS?

Federico García Lorca no descansa en el Valle de los Caídos. Parece una perogrullada. El poeta asesinado por la Guardia Civil en una cuneta de Granada es un icono de la rojería. Pero cuando en 1958, a punto de concluirse la construcción del monumento, se especulaba con la posibilidad de que la tierra de Cuelgamuros fuera compartida por blancos y rojos, la familia del poeta se movilizó y realizó diversas gestiones para que ni siquiera se planteara la operación. Lo relata el escritor gallego Daniel Sueiro en La verdadera historia del Valle de los Caídos, publicada en 1976 por Sedmay Ediciones. Unos meses antes, en junio, el sobrino de Lorca, Manuel Fernández Montesinos, lo contaba en Gaceta Ilustrada. Su padre también había sido fusilado por los nacionales, y se especulaba con el traslado de los restos de ambos: «Mi familia se opuso a ello». Pero no todos los vencidos tenían cabida en la necrópolis franquista. «Un caso singular fue el del general de la Guardia Civil Antonio Escobar Huertas, fusilado [por los nacionales] en el Castillo de Montjuic el 8 de febrero de 1940, y uno de cuyos hijos, el teniente de Infantería Escobar Valtierra, había sucumbido en Belchite luchando al lado de las tropas franquistas», escribe Sueiro. Cuando el otro vástago del general Escobar, Antonio, solicitó el traslado de padre e hijo al monumento, «obtuvo como respuesta el traslado inmediato del hermano y, en cambio, el desdeñoso silencio ante el caso del padre, situación que no se ha visto modificada por el tiempo». Pero tampoco todos los deudos de los muertos nacionales aceptaron la oferta de trasladar a sus parientes al osario de la sierra.Luisa Soria, la hija del urbanista Arturo Soria, fusilado por los rojos en Madrid, fue una de ellos. El chiste fácil narraría que quizá pensó que la megalómana arquitectura de la necrópolis no hubiera satisfecho a su exigente padre.

EL Mundo

El PSOE denuncia el uso de símbolos franquistas en las fiestas de Cuerva

El PSOE denuncia el uso de símbolos franquistas en las fiestas de Cuerva

Toledo. La Agrupación Local del PSOE de Cuerva ha denunciado la utilización de símbolos franquistas durante la celebración de las fiestas patronales en honor de la Virgen del Remedio y responsabilizó de esta situación al alcalde de la localidad, el popular Francisco Lorenzo Conejo.

En un comunicado, los socialistas de Cuerva explican cómo «un año más hemos asistido con perplejidad a la exhibición de sendas banderas con los colores de la enseña nacional y el escudo de la época franquista, durante la solemne procesión el día de nuestra Patrona», así como los días anterior y posterior cuando la imagen se traslada desde su ermita a la iglesia parroquial y viceversa.

El PSOE de Cuerva considera que la utilización de estos símbolos «no sólo constituye una ilegalidad, sino que atenta contra los derechos de los vecinos del pueblo, que en su mayoría son partidarios de que el referido símbolo sea sustituido por el escudo que representa a todos los españoles».

A su juicio, el responsable de la exhibición de «este símbolo de la dictadura» es el alcalde, que también es presidente de la Hermandad de la Virgen del Remedio, a la que pertenecen numerosos vecinos de Cuerva, entre ellos muchos miembros de la Agrupación Local del PSOE.

Los socialistas reclaman que estos símbolos se sustituyan por el que establece la legalidad vigente, e incluso se ofrecen a sufragarlo.

http://sevilla.abc.es/sevilla/pg040920/prensa/noticias/Toledo/Toledo/200409/20/NAC-TOL-143.asp