Héroes obligados. La muerte en su exilio parisino de Manuel Zapico 'El Asturiano' recupera la épica vivida por los maquis en las montañas de la región
Foto: LEGENDARIOS. Aurelio Caxigal y Manolo 'El Rubio' (se desconoce el nombre del personaje central)
El fallecimiento en París, el pasado 28 de agosto, de Manuel Zapico, 'El Asturiano', guerrillero de las partidas que configuraron la Federación de León y Galicia (compuesta por socialistas, comunistas y anarquistas), hasta su disolución en 1948, ha vuelto a depositar sobre la mesa de la actualidad un período histórico que todavía ha sido insuficientemente estudiado, aunque la investigación de autores como Nicanor Rozada, Secundino Serrano, Alberto Bru o Jairo Fernández, entre otros, ha permitido arrojar luz en torno a esa oscura etapa.
Una nota del Gobierno Militar de Asturias, emitida el 28 de enero de 1948, a propósito de la muerte en la playa de La Franca y en Infiesto de guerrilleros tan legendarios como los hermanos Castiello, Constantino González Zapico ('Bóger') o Manuel Díez González ('Caxigal'), los presenta como «bandoleros».
Bandoleros o guerrilleros
Tal vez huelgue la pregunta. Los numerosos testimonios recogidos de aquellos que se decidieron a fugarse al monte son coincidentes en su mayoría respecto de las razones que les empujaron a esa actuación. Tras tomar Asturias en octubre de 1937 las tropas sublevadas contra la II República, mientras los aviones lanzaban octavillas en las que se prometía respetar la vida de quienes no hubieran incurrido en delitos de sangre, la represión se desataba con una crudeza inaudita. En Gijón, primera ciudad que pasó a manos de los insurgentes, según relato de Enrique Llera Iglesias, se contaban por miles los republicanos de todo signo que fueron hacinados en la plaza de toros de El Bibio. Los fusilamientos se prodigaban en La Providencia y en el cementerio de Ceares. El miedo fue, junto a los principios ideológicos, uno de los motores principales de los fugados.
Ejemplo concreto es el de los mencionados Castiello, obligados a huir después de sufrir asedio en su casa de Peón (Villaviciosa) por los falangistas locales. O el de Josepón, el del Corralón, 'Pastrana' (La Nueva, Langreo), mencionado por Nicanor Rozada, quien sufrió por dos veces el incendio de su casa antes de emprender la actividad guerrillera. Los casos se repiten por toda la geografía asturiana. Y algunos analistas sostienen que de haberse producido una cierta generosidad de las fuerzas victoriosas, el enjambre de la resistencia habría tenido una menor magnitud.
Hay historiadores que dan cifras de 9.000 hombres en la montaña asturiana por las fechas inmediatamente posteriores al 21 de octubre de 1937, los cuales, sin embargo, se verían reducidos a un millar en mayo de 1938, habiéndose entregado el resto o siendo detenidos o asesinados.
El encuadre de los que permanecen en la lucha lo configura Alberto Bru en 16 partidas, que a su vez tendrían ramificaciones en subgrupos. Un 'reino de taifas', se ha dicho, que en ocasiones gozó de buen entendimiento entre los diferentes miembros y en otras, mantuvo discrepancias tácticas, estratégicas o ideológicas. Uno de los factores de estas discrepancias se observa en los criterios que mantenía José Mata, favorable a conceder prioridad a los postulados políticos, frente a Arístides Llaneza, partidario de la confrontación armada como primer argumento. Hablamos de dos sobresalientes representantes de un mismo ideario, el socialista. Así es que el Comité de Milicias Antifascistas de Asturias, que congregaba a socialistas y comunistas, fundado en 1943, tuvo una corta vida.
Sin duda, los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial, que fueron derivando hacia el triunfo de las democracias, debió abrir nuevas expectativas en el seno del maquis. Cabía albergar la esperanza de que vencidos el nazismo y el fascismo, su homologación franquista española, también sucumbiera. Pero el juego de la política internacional dejó al margen a los demócratas españoles.
La guerrilla lo notaría en los años siguientes de modo efectivo. La Ley de Bandidaje de 1947 otorgaría poderes poco menos que absolutos a la Guardia Civil para la persecución de los resistentes. En 1946 y 1947, se producen grandes caídas, como la de Casto García Roza, torturado y muerto en la comisaría de Gijón. O la redada en el pico Polio (entre Langreo y Mieres), donde 50 guardias civiles abaten a cinco guerrilleros encabezados por Olegario Llaneza Rozada, uno de los hermanos apodados 'Gitanos', a quienes Alberto Bru atribuye excesos.
En efecto, al lado de personajes como los Pumarones -primer grupo guerrillero en el Nalón-, que acabaron delatados por una demasía de fe en el género humano, hubo excepciones que acaso cruzaron la raya entre la legítima defensa y las acciones indiscriminadas.
El fallecimiento en París, el pasado 28 de agosto, de Manuel Zapico, 'El Asturiano', guerrillero de las partidas que configuraron la Federación de León y Galicia (compuesta por socialistas, comunistas y anarquistas), hasta su disolución en 1948, ha vuelto a depositar sobre la mesa de la actualidad un período histórico que todavía ha sido insuficientemente estudiado, aunque la investigación de autores como Nicanor Rozada, Secundino Serrano, Alberto Bru o Jairo Fernández, entre otros, ha permitido arrojar luz en torno a esa oscura etapa.
Una nota del Gobierno Militar de Asturias, emitida el 28 de enero de 1948, a propósito de la muerte en la playa de La Franca y en Infiesto de guerrilleros tan legendarios como los hermanos Castiello, Constantino González Zapico ('Bóger') o Manuel Díez González ('Caxigal'), los presenta como «bandoleros».
Bandoleros o guerrilleros
Tal vez huelgue la pregunta. Los numerosos testimonios recogidos de aquellos que se decidieron a fugarse al monte son coincidentes en su mayoría respecto de las razones que les empujaron a esa actuación. Tras tomar Asturias en octubre de 1937 las tropas sublevadas contra la II República, mientras los aviones lanzaban octavillas en las que se prometía respetar la vida de quienes no hubieran incurrido en delitos de sangre, la represión se desataba con una crudeza inaudita. En Gijón, primera ciudad que pasó a manos de los insurgentes, según relato de Enrique Llera Iglesias, se contaban por miles los republicanos de todo signo que fueron hacinados en la plaza de toros de El Bibio. Los fusilamientos se prodigaban en La Providencia y en el cementerio de Ceares. El miedo fue, junto a los principios ideológicos, uno de los motores principales de los fugados.
Ejemplo concreto es el de los mencionados Castiello, obligados a huir después de sufrir asedio en su casa de Peón (Villaviciosa) por los falangistas locales. O el de Josepón, el del Corralón, 'Pastrana' (La Nueva, Langreo), mencionado por Nicanor Rozada, quien sufrió por dos veces el incendio de su casa antes de emprender la actividad guerrillera. Los casos se repiten por toda la geografía asturiana. Y algunos analistas sostienen que de haberse producido una cierta generosidad de las fuerzas victoriosas, el enjambre de la resistencia habría tenido una menor magnitud.
Hay historiadores que dan cifras de 9.000 hombres en la montaña asturiana por las fechas inmediatamente posteriores al 21 de octubre de 1937, los cuales, sin embargo, se verían reducidos a un millar en mayo de 1938, habiéndose entregado el resto o siendo detenidos o asesinados.
El encuadre de los que permanecen en la lucha lo configura Alberto Bru en 16 partidas, que a su vez tendrían ramificaciones en subgrupos. Un 'reino de taifas', se ha dicho, que en ocasiones gozó de buen entendimiento entre los diferentes miembros y en otras, mantuvo discrepancias tácticas, estratégicas o ideológicas. Uno de los factores de estas discrepancias se observa en los criterios que mantenía José Mata, favorable a conceder prioridad a los postulados políticos, frente a Arístides Llaneza, partidario de la confrontación armada como primer argumento. Hablamos de dos sobresalientes representantes de un mismo ideario, el socialista. Así es que el Comité de Milicias Antifascistas de Asturias, que congregaba a socialistas y comunistas, fundado en 1943, tuvo una corta vida.
Sin duda, los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial, que fueron derivando hacia el triunfo de las democracias, debió abrir nuevas expectativas en el seno del maquis. Cabía albergar la esperanza de que vencidos el nazismo y el fascismo, su homologación franquista española, también sucumbiera. Pero el juego de la política internacional dejó al margen a los demócratas españoles.
La guerrilla lo notaría en los años siguientes de modo efectivo. La Ley de Bandidaje de 1947 otorgaría poderes poco menos que absolutos a la Guardia Civil para la persecución de los resistentes. En 1946 y 1947, se producen grandes caídas, como la de Casto García Roza, torturado y muerto en la comisaría de Gijón. O la redada en el pico Polio (entre Langreo y Mieres), donde 50 guardias civiles abaten a cinco guerrilleros encabezados por Olegario Llaneza Rozada, uno de los hermanos apodados 'Gitanos', a quienes Alberto Bru atribuye excesos.
En efecto, al lado de personajes como los Pumarones -primer grupo guerrillero en el Nalón-, que acabaron delatados por una demasía de fe en el género humano, hubo excepciones que acaso cruzaron la raya entre la legítima defensa y las acciones indiscriminadas.
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