«La Guerra Civil española tuvo una escenificación triangular»
El historiador ovetense echa por tierra el concepto de las dos Españas al atribuir la contienda a la lucha entre reformistas, reaccionarios y revolucionarios.
De una forma serena, pero inquisitiva, el historiador ovetense Enrique Moradiellos revisa las circunstancias que provocaron nuestra Guerra Civil y concluye que aquella brutal contienda fraticida no fue una gesta heroica ni un caso de locura trágica y colectiva, sino algo más complejo y, a la par, prosaico. En su último libro, '1936. Los mitos de la Guerra Civil', ve aquel estallido de irracionalidad como un «profundo cisma de extrema violencia en la convivencia de una sociedad atravesada por múltiples líneas de fractura interna». Además, echa por tierra el concepto de las dos Españas al atribuir el conflicto a reformistas, reaccionarios y revolucionarios.
-¿A qué mitos se refiere en su obra?
-Al heroico y al trágico. El primero surge justamente durante el conflicto y tiene por objeto dar una interpretación a cada bando de lo que está haciendo en la guerra. Es el mito de una gesta heroica y maniquea. Es la España contra la anti-España, si nos ponemos en el bando franquista, o el pueblo contra los privilegiados, si nos situamos en el bando republicano. Son perfiles míticos de un combate a vida o muerte entre dos bandos que necesariamente son distintos el uno del otro. Si cambiamos el contenido del formato, tenemos lo mismo para el caso franquista que para el republicano. En el franquista, esa visión de la gesta heroica toma la forma de una lucha por la nación y por la religión -por Dios y por España-, lo que significa que su enemigo está demonizado, está contra Dios, y es apátrida, al servicio de potencias extranjeras. En el bando republicano, el formato dualista maniqueo toma la forma, como dije antes, de una lucha del pueblo contra los explotadores, de los demócratas antifascistas contra los reaccionarios fascistas.
-¿Cuál es su razón de ser?
-Lo dijo José María Pemán poco antes de iniciar la guerra de una manera muy clara. Tiene el sentido de movilizar a su propio bando hasta el punto de poder exigir a esa población que dé la vida, la suya propia, la de sus hijos y sus madres, en favor de la causa. Decía Pemán: «Las masas son cortas de vista; sólo distinguen los colores crudos: el rojo y el negro».
Los años 60
-¿Cuándo surge el segundo mito, el que usted denomina trágico?
-La guerra como una cruzada, como una batalla contra el fascismo, se mantiene mucho tiempo en el ámbito del discurso público y también en el historiográfico. Pero, progresivamente, ya en los años 60, aparece ese nuevo formato mítico. La guerra va presentándose como una locura trágica colectiva, como una carnicería entre hermanos inútil. Dos son los elementos a considerar a la hora de saber por qué 20 años después surge este nuevo mito: el inevitable reemplazo generacional y la desaparición de las condiciones sociales y materiales al compás del intenso proceso de desarrollo y modernización socio-productiva de esos años 60, que se dio en llamar desarrollismo. Aparentemente, es un estallido de irracionalidad general donde unos se matan a otros equitativamente, por lo que todos son culpables.
-¿Cuándo comienzan a ponerse en entredicho esos dos mitos?
-De Hugh Thomas en adelante, la historiografía emprendió el vuelo y empezó a examinar las contradicciones, los perfiles oscuros que hay tanto en el mito de la gesta heroica, como en el de la locura trágica. Todos fuimos culpables por igual. En mi opinión, era importante tratar de poner al servicio de un público lector medianamente informado más de un cuarto de siglo de investigación historiográfica serena, paciente, bastante callada y siempre inquisitiva sobre lo que fue aquel fenómeno. Se ha investigado mucho y se saben muchas cosas, pero, a medida que se saben más, se ve la manifiesta inadecuación de cualquiera de estos mitos para explicar lo que fue la génesis del conflicto, su desarrollo y su desenlace.
La reconciliación
-¿Por qué esta nueva revisión de la Guerra Civil española?
-Porque entiendo que aún hay una gran persistencia de las dos grandes familias míticas: la gesta heroica y la locura trágica. Si el primer mito justificó la movilización bélica y dio cuenta de por qué la gente moría, el segundo legitimó algo importantísimo: la reconciliación nacional. Permitió esa transformación de principios de cultura cívica en los años del tardofranquismo que puso las bases morales y cívicas para una operación de desmantelamiento pacífico de la dictadura y una transición política a la democracia.
-Aunque una cosa implique la otra, ¿hubo una victoria franquista o una derrota republicana?
-Hubo una victoria absoluta e incondicional del bando franquista y una derrota total y sin paliativos de la República. Ésta se desplomó internamente por empuje del enemigo y por las circunstancias internacionales que coadyuvaron a la eficacia de ese empuje. Es como las dos caras de una moneda: son conceptos conjugados que no cabe separarlos. La victoria total y absoluta de un bando significó la derrota total y sin paliativos del otro. No hubo dos Españas que se lanzaron al cuello a muerte, ni la España legal frente a la real, ni la España joven frente a la vieja, como los poemas de Antonio Machado podrían hacernos creer. Hubo una lucha triangular, escenificada en las llamadas tres 'r': reformistas, reaccionarios y revolucionarios. En España, como en Europa, no había fascistas contra comunistas o socialistas frente a cristianos. Había reformistas democráticos, encarnados en Manuel Azaña; reaccionarios, autoritarios o totalitarios, Calvo Sotelo o José Antonio Primo de Rivera, y revolucionarios colectivistas, Largo Caballero, 'Pasionaria' o Durruti.
-¿Cuál fue el quid de la cuestión?
-En España, la potencia respectiva de reformistas demócratas y reaccionarios autoritarios era muy igual y así lo demuestran las convocatorias electorales, con una peculiar diferencia, que el tercero en discordia -los revolucionarios- tuvieron capacidad para derribar a Azaña en el primer bienio e intentar derribar al Gobierno cedista en el segundo, pero nunca para suplantarlos, tomar el poder y estabilizar la situación. Cuando se da ese empate de impotencias, surge la posibilidad de dirimir el conflicto no por medios políticos, constitucionales o electorales, sino mediante el recurso de las armas.
-Si la contienda no se hubiese internacionalizado, ¿el resultado hubiera sido el mismo?
-Eso es un contrafactor histórico y Dios me libre de meterme en tal cosa. Lo que sabemos es lo que sucedió. Que la guerra, que en principio estaba virtualmente paralizada en las primeras semanas, porque ningún bando tenía armamento para continuar, deja de estarlo cuando la internacionalización del conflicto proporciona apoyo a uno o lo niega a otro para llevar adelante las operaciones bélicas. Por lo tanto, es incomprensible la guerra civil sin el fenómeno de la internacionalización. Ninguna de las tareas que debe abordar un bando ante una guerra hubiera podido ser acometida ni por franquistas ni por republicanos sin el concurso exterior.
-¿A qué tareas se refiere?
-Ante todo y sobre todo, configurar un ejército combatiente, que es estructura de mando jerárquica, experiencia y disciplina en sus filas y que es logística de suministros materiales constantes y suficientes, que repongan los que se gastan. ¿Y aquí dónde radicaba la industria militar? Era mínima y, además, estaba fraccionada. Una quedó en Barcelona, otra en el País Vasco y otra en Oviedo.
La conexión exterior
-¿De dónde provenían entonces las armas?
-Pues de la conexión exterior. En un caso, por un crédito ítalo-germano por envío de material bélico italiano y alemán con apoyo diplomático, y en otro, por movilización de las divisas que se entregan y se envían en tres cuartas partes a Moscú para que la Unión Soviética, convirtiéndolas en divisas, pague los suministros -alimenticios y petrolíferos- que sostienen al bando republicano. Si eliminamos la conexión exterior, la guerra no hubiera durado ni tres semanas.
-¿A quién hay que atribuir la iniciativa?
-No fue Europa la que decidió intervenir en España. Fueron los españoles -los dos bandos a la par- quienes recurrieron al exterior para dirimir sus responsabilidades. La lucha fue endógena; surgió internamente en España; fueron los españoles los que quisieron ir a las armas para dirimir el conflicto de competencias y de hegemonías. Que recurrieran al exterior estaba dado en el contexto de una Europa que iba acercándose a su segundo conflicto mundial en apenas 50 años.
El Comercio Digital
De una forma serena, pero inquisitiva, el historiador ovetense Enrique Moradiellos revisa las circunstancias que provocaron nuestra Guerra Civil y concluye que aquella brutal contienda fraticida no fue una gesta heroica ni un caso de locura trágica y colectiva, sino algo más complejo y, a la par, prosaico. En su último libro, '1936. Los mitos de la Guerra Civil', ve aquel estallido de irracionalidad como un «profundo cisma de extrema violencia en la convivencia de una sociedad atravesada por múltiples líneas de fractura interna». Además, echa por tierra el concepto de las dos Españas al atribuir el conflicto a reformistas, reaccionarios y revolucionarios.
-¿A qué mitos se refiere en su obra?
-Al heroico y al trágico. El primero surge justamente durante el conflicto y tiene por objeto dar una interpretación a cada bando de lo que está haciendo en la guerra. Es el mito de una gesta heroica y maniquea. Es la España contra la anti-España, si nos ponemos en el bando franquista, o el pueblo contra los privilegiados, si nos situamos en el bando republicano. Son perfiles míticos de un combate a vida o muerte entre dos bandos que necesariamente son distintos el uno del otro. Si cambiamos el contenido del formato, tenemos lo mismo para el caso franquista que para el republicano. En el franquista, esa visión de la gesta heroica toma la forma de una lucha por la nación y por la religión -por Dios y por España-, lo que significa que su enemigo está demonizado, está contra Dios, y es apátrida, al servicio de potencias extranjeras. En el bando republicano, el formato dualista maniqueo toma la forma, como dije antes, de una lucha del pueblo contra los explotadores, de los demócratas antifascistas contra los reaccionarios fascistas.
-¿Cuál es su razón de ser?
-Lo dijo José María Pemán poco antes de iniciar la guerra de una manera muy clara. Tiene el sentido de movilizar a su propio bando hasta el punto de poder exigir a esa población que dé la vida, la suya propia, la de sus hijos y sus madres, en favor de la causa. Decía Pemán: «Las masas son cortas de vista; sólo distinguen los colores crudos: el rojo y el negro».
Los años 60
-¿Cuándo surge el segundo mito, el que usted denomina trágico?
-La guerra como una cruzada, como una batalla contra el fascismo, se mantiene mucho tiempo en el ámbito del discurso público y también en el historiográfico. Pero, progresivamente, ya en los años 60, aparece ese nuevo formato mítico. La guerra va presentándose como una locura trágica colectiva, como una carnicería entre hermanos inútil. Dos son los elementos a considerar a la hora de saber por qué 20 años después surge este nuevo mito: el inevitable reemplazo generacional y la desaparición de las condiciones sociales y materiales al compás del intenso proceso de desarrollo y modernización socio-productiva de esos años 60, que se dio en llamar desarrollismo. Aparentemente, es un estallido de irracionalidad general donde unos se matan a otros equitativamente, por lo que todos son culpables.
-¿Cuándo comienzan a ponerse en entredicho esos dos mitos?
-De Hugh Thomas en adelante, la historiografía emprendió el vuelo y empezó a examinar las contradicciones, los perfiles oscuros que hay tanto en el mito de la gesta heroica, como en el de la locura trágica. Todos fuimos culpables por igual. En mi opinión, era importante tratar de poner al servicio de un público lector medianamente informado más de un cuarto de siglo de investigación historiográfica serena, paciente, bastante callada y siempre inquisitiva sobre lo que fue aquel fenómeno. Se ha investigado mucho y se saben muchas cosas, pero, a medida que se saben más, se ve la manifiesta inadecuación de cualquiera de estos mitos para explicar lo que fue la génesis del conflicto, su desarrollo y su desenlace.
La reconciliación
-¿Por qué esta nueva revisión de la Guerra Civil española?
-Porque entiendo que aún hay una gran persistencia de las dos grandes familias míticas: la gesta heroica y la locura trágica. Si el primer mito justificó la movilización bélica y dio cuenta de por qué la gente moría, el segundo legitimó algo importantísimo: la reconciliación nacional. Permitió esa transformación de principios de cultura cívica en los años del tardofranquismo que puso las bases morales y cívicas para una operación de desmantelamiento pacífico de la dictadura y una transición política a la democracia.
-Aunque una cosa implique la otra, ¿hubo una victoria franquista o una derrota republicana?
-Hubo una victoria absoluta e incondicional del bando franquista y una derrota total y sin paliativos de la República. Ésta se desplomó internamente por empuje del enemigo y por las circunstancias internacionales que coadyuvaron a la eficacia de ese empuje. Es como las dos caras de una moneda: son conceptos conjugados que no cabe separarlos. La victoria total y absoluta de un bando significó la derrota total y sin paliativos del otro. No hubo dos Españas que se lanzaron al cuello a muerte, ni la España legal frente a la real, ni la España joven frente a la vieja, como los poemas de Antonio Machado podrían hacernos creer. Hubo una lucha triangular, escenificada en las llamadas tres 'r': reformistas, reaccionarios y revolucionarios. En España, como en Europa, no había fascistas contra comunistas o socialistas frente a cristianos. Había reformistas democráticos, encarnados en Manuel Azaña; reaccionarios, autoritarios o totalitarios, Calvo Sotelo o José Antonio Primo de Rivera, y revolucionarios colectivistas, Largo Caballero, 'Pasionaria' o Durruti.
-¿Cuál fue el quid de la cuestión?
-En España, la potencia respectiva de reformistas demócratas y reaccionarios autoritarios era muy igual y así lo demuestran las convocatorias electorales, con una peculiar diferencia, que el tercero en discordia -los revolucionarios- tuvieron capacidad para derribar a Azaña en el primer bienio e intentar derribar al Gobierno cedista en el segundo, pero nunca para suplantarlos, tomar el poder y estabilizar la situación. Cuando se da ese empate de impotencias, surge la posibilidad de dirimir el conflicto no por medios políticos, constitucionales o electorales, sino mediante el recurso de las armas.
-Si la contienda no se hubiese internacionalizado, ¿el resultado hubiera sido el mismo?
-Eso es un contrafactor histórico y Dios me libre de meterme en tal cosa. Lo que sabemos es lo que sucedió. Que la guerra, que en principio estaba virtualmente paralizada en las primeras semanas, porque ningún bando tenía armamento para continuar, deja de estarlo cuando la internacionalización del conflicto proporciona apoyo a uno o lo niega a otro para llevar adelante las operaciones bélicas. Por lo tanto, es incomprensible la guerra civil sin el fenómeno de la internacionalización. Ninguna de las tareas que debe abordar un bando ante una guerra hubiera podido ser acometida ni por franquistas ni por republicanos sin el concurso exterior.
-¿A qué tareas se refiere?
-Ante todo y sobre todo, configurar un ejército combatiente, que es estructura de mando jerárquica, experiencia y disciplina en sus filas y que es logística de suministros materiales constantes y suficientes, que repongan los que se gastan. ¿Y aquí dónde radicaba la industria militar? Era mínima y, además, estaba fraccionada. Una quedó en Barcelona, otra en el País Vasco y otra en Oviedo.
La conexión exterior
-¿De dónde provenían entonces las armas?
-Pues de la conexión exterior. En un caso, por un crédito ítalo-germano por envío de material bélico italiano y alemán con apoyo diplomático, y en otro, por movilización de las divisas que se entregan y se envían en tres cuartas partes a Moscú para que la Unión Soviética, convirtiéndolas en divisas, pague los suministros -alimenticios y petrolíferos- que sostienen al bando republicano. Si eliminamos la conexión exterior, la guerra no hubiera durado ni tres semanas.
-¿A quién hay que atribuir la iniciativa?
-No fue Europa la que decidió intervenir en España. Fueron los españoles -los dos bandos a la par- quienes recurrieron al exterior para dirimir sus responsabilidades. La lucha fue endógena; surgió internamente en España; fueron los españoles los que quisieron ir a las armas para dirimir el conflicto de competencias y de hegemonías. Que recurrieran al exterior estaba dado en el contexto de una Europa que iba acercándose a su segundo conflicto mundial en apenas 50 años.
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2 comentarios
Enric -
Josep -
Un Catalan de España. Josep