El lucernario. La pasión crítica de Manuel Azaña
El interés de la figura de Azaña no disminuye con el paso del tiempo ni con los embates de una historiografía polémica empeñada en magnificar algunas de sus indudables carencias y en cargar sobre el político alcalaíno gran parte de las responsabilidades de la hecatombe de 1936.
La publicación en México de sus Obras completas, a partir de 1966, le llevó a la primera fila del memorialismo político español y ayudó decisivamente a la comprensión del ambicioso proceso modernizador acometido por la República. Aquella edición, preparada con todo esmero por Juan Marichal, era incompleta porque una parte importante de los diarios de Azaña había sido robada durante la guerra civil, y terminó entre los papeles del general Franco. Esos diarios robados no se publicarían hasta 1997 y, desde comienzos de esa década de los 90 que se había iniciado con la conmemoración del quincuagésimo aniversario de la muerte del ex Presidente de la República, contamos con la publicación de otros textos sobre todo epistolarios que nos van acercando a un conocimiento cada vez más completo de su figura y de su obra. Con ocasión de aquel cincuentenario se publicaron también algunos documentos recuperados a mediados de la década de los 80 que vieron la luz bajo unas condiciones de embargo familiar que provocarían la justa protesta del desaparecido Marichal.
Ahora conocemos mucho mejor las diferentes facetas de la producción intelectual de Azaña y eso ha hecho posible que el primer especialista español en el personaje, el profesor Santos Juliá, añada ahora a sus trabajos de edición una recopilación de veintisiete de los principales discursos del líder republicano, entre 1911 y 1938. Todos los discursos menos tres estaban ya recogidos en sus Obras completas por lo que la novedad del material que ahora se ofrece es muy escasa y el mayor interés del libro reside en la organización cronológica de las más brillantes piezas oratorias de Azaña con unas breves notas de introducción y en un corto prólogo de Juliá, sugerente como todos los suyos, en el que reclama para Azaña el honor de ser el orador parlamentario más insigne que ha conocido España, afirmación respaldada por el testimonio de Salvador de Madariaga y Luis de Araquistáin. Ambos admiraron de la perfección de aquella prosa oratoria, que era expresión de una nueva forma de decir en el Parlamento. Una perfección que, como señala también Juliá, no era pura habilidad literaria sino que adquiría toda su grandeza por la radicalidad de las propuestas renovadoras de la tradición democrática española que Azaña desplegó desde comienzos de la década de los 30.
Junto a ese empeño de amplio espectro, la documentación que nos ofrecen Pedro L. Angosto y Julia Puig parece muy limitada porque se trata, tan sólo, de una veintena de cartas de Azaña a su correligionario Carlos Esplá (1895-1971), que se extienden desde mediados de marzo de 1939, cuando Azaña había pasado ya a Francia y acababa de dimitir la presidencia de la República, hasta la primavera del año siguiente, cuando se anunciaron los síntomas de la enfermedad que le llevaría a la muerte en noviembre de aquel mismo año. Carezco de aliento hasta para vestirme. Dicen que pasará pronto. Bueno.
Las cartas son algunas de las piezas más valiosas del archivo del republicano alicantino Carlos Esplá que, recuperado por el propio Angosto, se puede consultar ahora en Internet, en esa caja de sorpresas maravillosas que es la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, que dirige Emilio La Parra desde la Universidad de Alicante (http://www.cervantesvirtual.com). La incorporación de las bibliotecas de Larra, de Pereda, de Valera o de Pardo Bazán, por seleccionar algunas de las bibliotecas de autor que se incluyen, son una tentación casi irresistible para quienes se interesan por la vida intelectual y política de la España romántica y liberal.
En el volumen de cartas que ahora nos ocupa, cuya transcripción ocupa algo menos de cien páginas apasionantes, está el dolor por el sufrimiento de los amigos, la melancolía por la estupidez humana y, sobre todo, el silencio de Azaña para no alentar el rescoldo del enfrentamiento fratricida: me guardaría muy bien de ayudar a nada que se pareciese a otra guerra civil entre españoles.
Los editores han precedido este material de una larga y valiosa introducción sobre la trayectoria de los dos corresponsales hasta que la muerte de Azaña los separa definitivamente. Esplá había marchado poco antes a la Argentina y desde allí pasaría a México, donde continuaría con su tarea de apoyo a los refugiados españoles en colaboración con Indalecio Prieto y José Giral. Esplá puso sus esperanzas en la recuperación de la democracia desde dentro de la España franquista lo que le llevó, en los últimos años de su vida, a establecer contactos con personalidades de la oposición interior como Francisco Bustelo o Enrique Tierno Galván.
Juan Goytisolo, por su parte, prescinde de la dimensión política, y se adentra en la figura literaria que le ha cautivado un descubrimiento asombroso como consecuencia de lecturas relativamente tardías. La simpatía de Azaña por Valle-Inclán y su clara opción por Valera, en detrimento de Clarín y Galdós, le parecen a Goytisolo referencias significativas para caracterizar al escritor que, lejos de pretender el medro en el turbio mundo literario, optó por la mirada original que cultivaron personajes marginales (y británicos) como George Borrow, al que tradujo Azaña, o el mismo Blanco White, que Goytisolo considera remoto antecesor del líder republicano. La pluma de Goytisolo recorre la obra ensayista y novelista de Azaña con una deliberada omisión del teatro para reflexionar sobre el fenómeno literario, también en nuestros días, y resaltar la eficacia de una mirada distante y certera guiada por la pasión crítica.
La triple perspectiva que ahora se nos ofrece sobre Azaña no altera, desde luego, la imagen que de él teníamos ni va a conseguir acallar la polémica sobre el personaje que se ha alimentado en los tiempos más recientes. Los años de la aceptación acrítica de todo su legado político han pasado y tal vez haya que reconocer que su jacobismo de algunos momentos pudo acrecentar la tensión política, pero tampoco puede ocultar el profundo compromiso de Azaña en la renovación de la tradición liberal española que reflejan algunos de los textos que ahora comentamos. Discursos, cartas, novelas y ensayos que vienen a sumarse a la recuperación de ese Azaña completo, que aún resulta imprescindible para el conocimiento de un pasado no tan lejano.
Juan Goytisolo
Península, 2004.
La publicación en México de sus Obras completas, a partir de 1966, le llevó a la primera fila del memorialismo político español y ayudó decisivamente a la comprensión del ambicioso proceso modernizador acometido por la República. Aquella edición, preparada con todo esmero por Juan Marichal, era incompleta porque una parte importante de los diarios de Azaña había sido robada durante la guerra civil, y terminó entre los papeles del general Franco. Esos diarios robados no se publicarían hasta 1997 y, desde comienzos de esa década de los 90 que se había iniciado con la conmemoración del quincuagésimo aniversario de la muerte del ex Presidente de la República, contamos con la publicación de otros textos sobre todo epistolarios que nos van acercando a un conocimiento cada vez más completo de su figura y de su obra. Con ocasión de aquel cincuentenario se publicaron también algunos documentos recuperados a mediados de la década de los 80 que vieron la luz bajo unas condiciones de embargo familiar que provocarían la justa protesta del desaparecido Marichal.
Ahora conocemos mucho mejor las diferentes facetas de la producción intelectual de Azaña y eso ha hecho posible que el primer especialista español en el personaje, el profesor Santos Juliá, añada ahora a sus trabajos de edición una recopilación de veintisiete de los principales discursos del líder republicano, entre 1911 y 1938. Todos los discursos menos tres estaban ya recogidos en sus Obras completas por lo que la novedad del material que ahora se ofrece es muy escasa y el mayor interés del libro reside en la organización cronológica de las más brillantes piezas oratorias de Azaña con unas breves notas de introducción y en un corto prólogo de Juliá, sugerente como todos los suyos, en el que reclama para Azaña el honor de ser el orador parlamentario más insigne que ha conocido España, afirmación respaldada por el testimonio de Salvador de Madariaga y Luis de Araquistáin. Ambos admiraron de la perfección de aquella prosa oratoria, que era expresión de una nueva forma de decir en el Parlamento. Una perfección que, como señala también Juliá, no era pura habilidad literaria sino que adquiría toda su grandeza por la radicalidad de las propuestas renovadoras de la tradición democrática española que Azaña desplegó desde comienzos de la década de los 30.
Junto a ese empeño de amplio espectro, la documentación que nos ofrecen Pedro L. Angosto y Julia Puig parece muy limitada porque se trata, tan sólo, de una veintena de cartas de Azaña a su correligionario Carlos Esplá (1895-1971), que se extienden desde mediados de marzo de 1939, cuando Azaña había pasado ya a Francia y acababa de dimitir la presidencia de la República, hasta la primavera del año siguiente, cuando se anunciaron los síntomas de la enfermedad que le llevaría a la muerte en noviembre de aquel mismo año. Carezco de aliento hasta para vestirme. Dicen que pasará pronto. Bueno.
Las cartas son algunas de las piezas más valiosas del archivo del republicano alicantino Carlos Esplá que, recuperado por el propio Angosto, se puede consultar ahora en Internet, en esa caja de sorpresas maravillosas que es la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, que dirige Emilio La Parra desde la Universidad de Alicante (http://www.cervantesvirtual.com). La incorporación de las bibliotecas de Larra, de Pereda, de Valera o de Pardo Bazán, por seleccionar algunas de las bibliotecas de autor que se incluyen, son una tentación casi irresistible para quienes se interesan por la vida intelectual y política de la España romántica y liberal.
En el volumen de cartas que ahora nos ocupa, cuya transcripción ocupa algo menos de cien páginas apasionantes, está el dolor por el sufrimiento de los amigos, la melancolía por la estupidez humana y, sobre todo, el silencio de Azaña para no alentar el rescoldo del enfrentamiento fratricida: me guardaría muy bien de ayudar a nada que se pareciese a otra guerra civil entre españoles.
Los editores han precedido este material de una larga y valiosa introducción sobre la trayectoria de los dos corresponsales hasta que la muerte de Azaña los separa definitivamente. Esplá había marchado poco antes a la Argentina y desde allí pasaría a México, donde continuaría con su tarea de apoyo a los refugiados españoles en colaboración con Indalecio Prieto y José Giral. Esplá puso sus esperanzas en la recuperación de la democracia desde dentro de la España franquista lo que le llevó, en los últimos años de su vida, a establecer contactos con personalidades de la oposición interior como Francisco Bustelo o Enrique Tierno Galván.
Juan Goytisolo, por su parte, prescinde de la dimensión política, y se adentra en la figura literaria que le ha cautivado un descubrimiento asombroso como consecuencia de lecturas relativamente tardías. La simpatía de Azaña por Valle-Inclán y su clara opción por Valera, en detrimento de Clarín y Galdós, le parecen a Goytisolo referencias significativas para caracterizar al escritor que, lejos de pretender el medro en el turbio mundo literario, optó por la mirada original que cultivaron personajes marginales (y británicos) como George Borrow, al que tradujo Azaña, o el mismo Blanco White, que Goytisolo considera remoto antecesor del líder republicano. La pluma de Goytisolo recorre la obra ensayista y novelista de Azaña con una deliberada omisión del teatro para reflexionar sobre el fenómeno literario, también en nuestros días, y resaltar la eficacia de una mirada distante y certera guiada por la pasión crítica.
La triple perspectiva que ahora se nos ofrece sobre Azaña no altera, desde luego, la imagen que de él teníamos ni va a conseguir acallar la polémica sobre el personaje que se ha alimentado en los tiempos más recientes. Los años de la aceptación acrítica de todo su legado político han pasado y tal vez haya que reconocer que su jacobismo de algunos momentos pudo acrecentar la tensión política, pero tampoco puede ocultar el profundo compromiso de Azaña en la renovación de la tradición liberal española que reflejan algunos de los textos que ahora comentamos. Discursos, cartas, novelas y ensayos que vienen a sumarse a la recuperación de ese Azaña completo, que aún resulta imprescindible para el conocimiento de un pasado no tan lejano.
Juan Goytisolo
Península, 2004.
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