Jefe del Estado durante casi cuarenta años, su dictadura ha marcado nuestra historia. El 17 de julio de 1941, el Generalísimo pronuncia ante el Consejo Nacional del Movimiento un discurso trascendental donde defiende el papel del ejército, realiza uno de sus alegatos más firmes a favor del Eje, convencido de que la guerra en el continente está decidida, y proclama, una vez más, su cruzada contra del comunismo soviético. (Extracto)
El ejército fue el crisol en que se fundió la común inquietud de nuestras juventudes. La unión sagrada que en sus filas se forjó hizo posible la victoria.
Por primera vez en la historia contemporánea podemos decir que España manda en sus propios destinos, y mandará tanto más cuanto se afiance la unión y solidaridad de los españoles para nuestra empresa. La gloria de España descansa y descansará siempre en su unidad. Quien contra ella labora, sirve a los propósitos de nuestros enemigos. No es nuevo el sistema. Nuestra historia repetidamente registra como, al no podernos vencer por la fuerza de las armas, se provocaron desde el exterior aquellos procesos internos de disolución, que acabaron enfrentando españoles con españoles y que deshicieron a España material y moralmente. Contra todo aquello nos alzamos y dimos la sangre generosa de los mejores; pero no lo realizamos para volver de nuevo al punto de partida. Si la España envilecida por la República colmó nuestra paciencia y movió nuestro brazo, tanto nos disgusta y nos repugna la decadente que hizo posible aquel engendro. Tan despreciable es para nuestra obra el rojo materialista como el burgués frívolo, el traficante codicioso o el aristócrata extranjerizado. Tan grande y tan extenso ha sido el mal, que explica fácilmente que si en la gran obra de resurgimiento de España han de colaborar todos los españoles, su encuadramiento y su dirección corresponda a esa minoría inasequible al desaliento, que cuando España se perdía, alzaba su bandera de combate y, ante los gloriosos caídos en lucha desigual, levanto el bosque de sus brazos con sus palmas abiertas.
Por eso he repetido tantas veces que terminada victoriosamente nuestra guerra, no acabó con ello nuestra lucha. Destruimos los ejércitos materiales que se oponían al restablecimiento del orden y al imperio de nuestro derecho; pero la guerra tenía una mayor profundidad. A la batalla militar sucedían la batalla política, la de desarraigar las causas de nuestra decadencia, la de educar y disciplinar a un pueblo en principios de solidaridad nacional, devolviendo a todos los españoles, como en frase feliz decía José Antonio, el orgullo de serlo. Pecan gravemente contra la patria los espíritus viejos que, pregonando ser enemigos del materialismo rojo, lo sirven, sin embargo, al aferrarse a viejos prejuicios, añorando aquellas ridículas minorías que les permitían lucir su decadente ingenio en círculos provincianos o en salones aristocráticos. Faltan también a sus deberes los que traicionando la limpia nobleza de sus progenitores sueñan con el restablecimiento de prerrogativas de casta, aunque con ello se torciera el destino histórico de nuestra patria. Y pecan igualmente los que, carentes de virtudes o esclavos de su egolatría, subordinan los intereses de la nación al de su torpe ambición o a las satisfacciones de su vanidad.
A estas diarias batallas por la unidad política de España se unen las económicas de la postguerra, y también en ellas los enemigos seculares han intentado explotar miserias, codicias y necesidades. En la España materialmente destruida que los jerifaltes rojos tanto pregonaron, se intentó presentar como si fuera obra de nuestro régimen como si la destrucción de nuestras fuentes de producción y de nuestros barcos y material ferroviario no fuera obra declarada y pregonada por sus propios autores.
Hemos pasado y superado los dos años más difíciles de la vida económica de nuestra nación. Con escasez de barcos y con limitación de divisas hubimos de transportar de lejanos países cerca de dos millones de toneladas de cereales para el abastecimiento, que si encontramos pueblos hermanos, como Argentina, que facilitaron su adquisición, el Consejo debe saber cómo otros han intentado obstaculizar el abastecimiento de nuestra patria.
Yo quisiera llevar a todos los rincones de España la inquietud de estos momentos, en que con la suerte de Europa se debate la de nuestra nación, y no porque tenga dudas de los resultados de la contienda. La suerte ya está echada. En nuestros campos se dieron y ganaron las primeras batallas. En los diversos escenarios de la guerra de Europa tuvieron lugar las decisivas para nuestro continente. Y la terrible pesadilla de nuestra generación, la destrucción del comunismo ruso, es ya de todo punto inevitable.
No existe fuerza humana capaz de torcer estos destinos, mas no por ello hemos de descartar el que la vesania, que rige la política de otros pueblos, intente arrojar sobre Europa nuevas miserias. Contra ello hemos de prepararnos ofreciendo al mundo el ejemplo sereno de un pueblo unido dispuesto a defender su independencia y su derecho.
Nadie más autorizado que nosotros para decirles que Europa nada ambiciona de América. La lucha entre los dos continentes es cosa imposible. Representaría sólo la guerra en el mar, larga y sin resultados; negocios fabulosos de unos pocos, miserias insospechadas para muchos; pérdidas ingentes de barcos y mercancías, la guerra de submarinos y de barcos rápidos dando zarpazos al antes comercio pacífico del mundo.
Dos costas enfrentadas, fuertes e inabordables para su enemigo; un mar repartido en zonas de influencia, europea y americana, y barridos los barcos del comercio universal.
La guerra en nuestro continente ha sido a tiempo clara y decidida. Quiso plantearse en análogos términos que la del año 14. Ilusión que se marchitó en flor. Rusia no quiso formar en el frente aliado; se reservaba y preparaba para el acto final. Polonia sucumbió sin la menor ayuda. La entrada de Italia cortó las rutas del Mediterráneo. La campaña de Noruega repartió el mar del Norte entre los beligerantes. La batalla de Flandes y la derrota total de los más poderosos ejércitos europeos, suprime el frente occidental, dando a Alemania la salida del Océano. El ingenio de estabilizar un frente en los Balcanes, se derrumbó con la victoriosa campaña de Grecia. Las costas de Noruega, las aguas del Canal y los mares de Creta, son escenarios en que la aviación arroja a las escuadras enemigas de las proximidades de las costas. Su eficacia en su defensa nadie puede ya discutirla.
Ni el continente americano puede soñar en intervenciones en Europa sin sujetarse a una catástrofe, ni decir, sin detrimento de la verdad, que pueden las costas americanas peligrar por ataques de las potencias europeas.
Así la libertad de los mares, monstruoso sarcasmo para la pueblos que sufren las consecuencias de la guerra, ni el derecho internacional, ultrajando por el bloqueo inhumano de un continente; ni la defensa de los pueblos invadidos, a los que se intenta arrastrar al hambre y a la miseria, son ya más que una grandiosa farsa en que nadie cree. En esta situación, el decir que la suerte de la guerra puede torcerse por la entrada en acción de un tercer país, es criminal locura, es encender una guerra universal sin horizontes; que puede durar años y que arruinaría definitivamente a las naciones que tienen su vida económica basada en su legítimo comercio con los países de Europa. Estos son los hechos que nadie puede contravertir. El bloqueo de Europa contribuye a que se cree una autarquía perjudicial a Sudamérica. La persistencia de la guerra perfeccionará la obra.
Se ha planteado mal la guerra y los aliados la han perdido. Así lo han reconocido, con la propia Francia, todos los pueblos de la Europa continental. Se confió la resolución de las diferencias a la suerte de las armas, y les ha sido adversa. Nada se espera ya del propio esfuerzo; clara y terminantemente lo declaran los propios gobernantes. Es una nueva guerra la que se pretende entre los continentes, que prolongando su agonía les dé una apariencia de vida, y ante esto, los que amamos a América, sentimos la inquietud de los momentos y hacemos votos porque no les alcance el mal que presentimos.
La campaña contra la Rusia de los Soviets, con la que hoy aparece solidarizado el mundo plutocrático, no puede ya desfigurar el resultado. Sus añoradas masas, sólo multiplicarán las proporciones de la catástofre. Veinte años lleva el mundo soportando la criminal agitación del comunismo ruso; raro es el país que haya podido escapar a su labor disociadora. España, que tanto sufrió por su criminal intervención, que la llevó al borde del abismo, y que dio contra él las primeras y más sangrientas batallas, puede apreciar como ninguno el alcance y dimensión de la lucha española.
Pudo hasta hoy el oro comunista y la prensa judía hurtar al mundo el conocimiento y divulgación de las sesiones de Komintern ruso, en que se contrastaban los progresos de su acción revolucionaria en los distintos países; pueden los pueblos hispano-americanos haber desconocido la atención preferente que se les dedicaba e ignorar el injuriante calificativo de pueblos semicoloniales con que la central comunista les distinguía; lo que ya no puede ocultarse a los ojos de nadie es lo que encerraba el oprobioso régimen soviético. La Cruzada emprendida contra la dictadura comunista ha destruido de un golpe la artificiosa campaña contra los países totalitarios. ¡Stalin, el criminal dictador rojo, es ya aliado de las democracias! Nuestro Movimiento alcanza hoy en el mundo justificación insospechada. En estos momentos en que las armas alemanas dirigen la batalla que Europa y el cristianismo desde hace tantos años anhelaban, y en que la sangre de nuestra juventud va a unirse a la de nuestros camaradas del eje, como expresión viva de solidaridad, renovemos nuestra fe en los destinos de nuestra patria, que han de velar estrechamente unidos nuestros ejércitos y la Falange.
El ejército fue el crisol en que se fundió la común inquietud de nuestras juventudes. La unión sagrada que en sus filas se forjó hizo posible la victoria.
Por primera vez en la historia contemporánea podemos decir que España manda en sus propios destinos, y mandará tanto más cuanto se afiance la unión y solidaridad de los españoles para nuestra empresa. La gloria de España descansa y descansará siempre en su unidad. Quien contra ella labora, sirve a los propósitos de nuestros enemigos. No es nuevo el sistema. Nuestra historia repetidamente registra como, al no podernos vencer por la fuerza de las armas, se provocaron desde el exterior aquellos procesos internos de disolución, que acabaron enfrentando españoles con españoles y que deshicieron a España material y moralmente. Contra todo aquello nos alzamos y dimos la sangre generosa de los mejores; pero no lo realizamos para volver de nuevo al punto de partida. Si la España envilecida por la República colmó nuestra paciencia y movió nuestro brazo, tanto nos disgusta y nos repugna la decadente que hizo posible aquel engendro. Tan despreciable es para nuestra obra el rojo materialista como el burgués frívolo, el traficante codicioso o el aristócrata extranjerizado. Tan grande y tan extenso ha sido el mal, que explica fácilmente que si en la gran obra de resurgimiento de España han de colaborar todos los españoles, su encuadramiento y su dirección corresponda a esa minoría inasequible al desaliento, que cuando España se perdía, alzaba su bandera de combate y, ante los gloriosos caídos en lucha desigual, levanto el bosque de sus brazos con sus palmas abiertas.
Por eso he repetido tantas veces que terminada victoriosamente nuestra guerra, no acabó con ello nuestra lucha. Destruimos los ejércitos materiales que se oponían al restablecimiento del orden y al imperio de nuestro derecho; pero la guerra tenía una mayor profundidad. A la batalla militar sucedían la batalla política, la de desarraigar las causas de nuestra decadencia, la de educar y disciplinar a un pueblo en principios de solidaridad nacional, devolviendo a todos los españoles, como en frase feliz decía José Antonio, el orgullo de serlo. Pecan gravemente contra la patria los espíritus viejos que, pregonando ser enemigos del materialismo rojo, lo sirven, sin embargo, al aferrarse a viejos prejuicios, añorando aquellas ridículas minorías que les permitían lucir su decadente ingenio en círculos provincianos o en salones aristocráticos. Faltan también a sus deberes los que traicionando la limpia nobleza de sus progenitores sueñan con el restablecimiento de prerrogativas de casta, aunque con ello se torciera el destino histórico de nuestra patria. Y pecan igualmente los que, carentes de virtudes o esclavos de su egolatría, subordinan los intereses de la nación al de su torpe ambición o a las satisfacciones de su vanidad.
A estas diarias batallas por la unidad política de España se unen las económicas de la postguerra, y también en ellas los enemigos seculares han intentado explotar miserias, codicias y necesidades. En la España materialmente destruida que los jerifaltes rojos tanto pregonaron, se intentó presentar como si fuera obra de nuestro régimen como si la destrucción de nuestras fuentes de producción y de nuestros barcos y material ferroviario no fuera obra declarada y pregonada por sus propios autores.
Hemos pasado y superado los dos años más difíciles de la vida económica de nuestra nación. Con escasez de barcos y con limitación de divisas hubimos de transportar de lejanos países cerca de dos millones de toneladas de cereales para el abastecimiento, que si encontramos pueblos hermanos, como Argentina, que facilitaron su adquisición, el Consejo debe saber cómo otros han intentado obstaculizar el abastecimiento de nuestra patria.
Yo quisiera llevar a todos los rincones de España la inquietud de estos momentos, en que con la suerte de Europa se debate la de nuestra nación, y no porque tenga dudas de los resultados de la contienda. La suerte ya está echada. En nuestros campos se dieron y ganaron las primeras batallas. En los diversos escenarios de la guerra de Europa tuvieron lugar las decisivas para nuestro continente. Y la terrible pesadilla de nuestra generación, la destrucción del comunismo ruso, es ya de todo punto inevitable.
No existe fuerza humana capaz de torcer estos destinos, mas no por ello hemos de descartar el que la vesania, que rige la política de otros pueblos, intente arrojar sobre Europa nuevas miserias. Contra ello hemos de prepararnos ofreciendo al mundo el ejemplo sereno de un pueblo unido dispuesto a defender su independencia y su derecho.
Nadie más autorizado que nosotros para decirles que Europa nada ambiciona de América. La lucha entre los dos continentes es cosa imposible. Representaría sólo la guerra en el mar, larga y sin resultados; negocios fabulosos de unos pocos, miserias insospechadas para muchos; pérdidas ingentes de barcos y mercancías, la guerra de submarinos y de barcos rápidos dando zarpazos al antes comercio pacífico del mundo.
Dos costas enfrentadas, fuertes e inabordables para su enemigo; un mar repartido en zonas de influencia, europea y americana, y barridos los barcos del comercio universal.
La guerra en nuestro continente ha sido a tiempo clara y decidida. Quiso plantearse en análogos términos que la del año 14. Ilusión que se marchitó en flor. Rusia no quiso formar en el frente aliado; se reservaba y preparaba para el acto final. Polonia sucumbió sin la menor ayuda. La entrada de Italia cortó las rutas del Mediterráneo. La campaña de Noruega repartió el mar del Norte entre los beligerantes. La batalla de Flandes y la derrota total de los más poderosos ejércitos europeos, suprime el frente occidental, dando a Alemania la salida del Océano. El ingenio de estabilizar un frente en los Balcanes, se derrumbó con la victoriosa campaña de Grecia. Las costas de Noruega, las aguas del Canal y los mares de Creta, son escenarios en que la aviación arroja a las escuadras enemigas de las proximidades de las costas. Su eficacia en su defensa nadie puede ya discutirla.
Ni el continente americano puede soñar en intervenciones en Europa sin sujetarse a una catástrofe, ni decir, sin detrimento de la verdad, que pueden las costas americanas peligrar por ataques de las potencias europeas.
Así la libertad de los mares, monstruoso sarcasmo para la pueblos que sufren las consecuencias de la guerra, ni el derecho internacional, ultrajando por el bloqueo inhumano de un continente; ni la defensa de los pueblos invadidos, a los que se intenta arrastrar al hambre y a la miseria, son ya más que una grandiosa farsa en que nadie cree. En esta situación, el decir que la suerte de la guerra puede torcerse por la entrada en acción de un tercer país, es criminal locura, es encender una guerra universal sin horizontes; que puede durar años y que arruinaría definitivamente a las naciones que tienen su vida económica basada en su legítimo comercio con los países de Europa. Estos son los hechos que nadie puede contravertir. El bloqueo de Europa contribuye a que se cree una autarquía perjudicial a Sudamérica. La persistencia de la guerra perfeccionará la obra.
Se ha planteado mal la guerra y los aliados la han perdido. Así lo han reconocido, con la propia Francia, todos los pueblos de la Europa continental. Se confió la resolución de las diferencias a la suerte de las armas, y les ha sido adversa. Nada se espera ya del propio esfuerzo; clara y terminantemente lo declaran los propios gobernantes. Es una nueva guerra la que se pretende entre los continentes, que prolongando su agonía les dé una apariencia de vida, y ante esto, los que amamos a América, sentimos la inquietud de los momentos y hacemos votos porque no les alcance el mal que presentimos.
La campaña contra la Rusia de los Soviets, con la que hoy aparece solidarizado el mundo plutocrático, no puede ya desfigurar el resultado. Sus añoradas masas, sólo multiplicarán las proporciones de la catástofre. Veinte años lleva el mundo soportando la criminal agitación del comunismo ruso; raro es el país que haya podido escapar a su labor disociadora. España, que tanto sufrió por su criminal intervención, que la llevó al borde del abismo, y que dio contra él las primeras y más sangrientas batallas, puede apreciar como ninguno el alcance y dimensión de la lucha española.
Pudo hasta hoy el oro comunista y la prensa judía hurtar al mundo el conocimiento y divulgación de las sesiones de Komintern ruso, en que se contrastaban los progresos de su acción revolucionaria en los distintos países; pueden los pueblos hispano-americanos haber desconocido la atención preferente que se les dedicaba e ignorar el injuriante calificativo de pueblos semicoloniales con que la central comunista les distinguía; lo que ya no puede ocultarse a los ojos de nadie es lo que encerraba el oprobioso régimen soviético. La Cruzada emprendida contra la dictadura comunista ha destruido de un golpe la artificiosa campaña contra los países totalitarios. ¡Stalin, el criminal dictador rojo, es ya aliado de las democracias! Nuestro Movimiento alcanza hoy en el mundo justificación insospechada. En estos momentos en que las armas alemanas dirigen la batalla que Europa y el cristianismo desde hace tantos años anhelaban, y en que la sangre de nuestra juventud va a unirse a la de nuestros camaradas del eje, como expresión viva de solidaridad, renovemos nuestra fe en los destinos de nuestra patria, que han de velar estrechamente unidos nuestros ejércitos y la Falange.