La perdida y olvidada CNT
El libro de Ángel Herrerín repasa la trayectoria del anarcosindicalismo durante la dictadura y su actuación en la clandestinidad y el exilio hasta casi borrarse su memoria histórica, pasando por una tímida revalorización de lo libertario nacida a raíz de Mayo del 68.
"El anarquismo es lo nuestro", me dijo Cruz Martínez Esteruelas, entonces al frente de la Fundación Juan March, cuando a principios de los setenta le propuse un plan de recuperación de documentos de la historia del movimiento obrero en España. Fueron tiempos de recuperación positiva de la imagen de la CNT, para unos, como el personaje citado y sus correligionarios franquistas, porque veían en ella el antídoto español a la presencia creciente del sindicalismo comunista de Comisiones. Para otros, fundamentalmente en Cataluña, porque la especificidad del anarcosindicalismo revolucionario otorgaba un marchamo obrerista al catalanismo. Hoy, como subraya Ángel Herrerín en la presentación de este excelente libro, sucede todo lo contrario: la CNT se encuentra perdida en un desierto, tanto para la historiografía como para la memoria. Vaya por delante que su trabajo constituye un magnífico mapa con vistas a la necesaria travesía, que implica la recuperación de la memoria de uno de los grandes protagonistas de la historia social española en el siglo XX.
Para mí representa un valor
adicional, en la medida en que hasta la muerte de Franco, y en una investigación inacabada sobre el anarcosindicalismo anterior a 1936, conocí a muchos de los protagonistas de este libro, de Juan López a Federica Montseny, de mi amigo Diego Abad de Santillán a Cipriano Mera y a mi también entrañable amigo Ramonín. De ahí que esta reseña sea un homenaje a su recuerdo. Sin que ése fuera mi tema, en el curso de las conversaciones aparecieron las cuestiones y los conflictos reconstruidos en La CNT durante el franquismo, y he de afirmar que todas y cada una de las apreciaciones de Herrerín responde a lo que ellos me contaban. Las suscribiría sin reservas y sin excepciones. Otro tanto sucede con el capítulo sobre la sociabilidad, que distingue con finura entre la situación de los cenetistas exiliados en Francia y el exilio dorado de México. Tal vez matizaría la valoración final acerca del eclipse definitivo a mediados de los setenta: los residuos del sindicalismo sin sindicalistas confederal se encaminaban hacia la casi extinción, pero paralelamente, auspiciada por historiadores, cobraba forma una imagen mítica de la CNT como protagonista de una revolución perdida (y específicamente catalana). Ahí está el mito de un Salvador Seguí favorable a la independencia.
Después de Mayo del 68, resurgió la estimación positiva de lo libertario; lo prueba el número de Cuadernos de Ruedo Ibérico, elaborado por José Martínez, en su día joven anarquista. La llamarada se extinguió pronto; tiene, no obstante, su pequeño lugar en la historia.
Cabe aludir al acierto de fondo en el libro de Herrerín que supone la identificación y el análisis del complejo de causas de la inexorable agonía del anarcosindicalismo, algunas endógenas, heredadas de los conflictos anteriores a 1936 y consustanciales a la CNT, como la distinción entre "revolucionarios" y "posibilistas", otras impuestas por una represión favorecida por el carácter abierto de los medios anarquistas, y de la propia estructura de la Confederación. La rigidez doctrinal sostenida por los veteranos en el exilio condenaba de todos modos a una corriente cuyos soportes socioeconómicos desaparecían uno tras otro por efecto de la modernización de España. El triste episodio del "cincopuntismo", la colaboración en 1965 de sectores del interior con el verticalismo franquista, fue el signo de esa inadaptación.
El País
"El anarquismo es lo nuestro", me dijo Cruz Martínez Esteruelas, entonces al frente de la Fundación Juan March, cuando a principios de los setenta le propuse un plan de recuperación de documentos de la historia del movimiento obrero en España. Fueron tiempos de recuperación positiva de la imagen de la CNT, para unos, como el personaje citado y sus correligionarios franquistas, porque veían en ella el antídoto español a la presencia creciente del sindicalismo comunista de Comisiones. Para otros, fundamentalmente en Cataluña, porque la especificidad del anarcosindicalismo revolucionario otorgaba un marchamo obrerista al catalanismo. Hoy, como subraya Ángel Herrerín en la presentación de este excelente libro, sucede todo lo contrario: la CNT se encuentra perdida en un desierto, tanto para la historiografía como para la memoria. Vaya por delante que su trabajo constituye un magnífico mapa con vistas a la necesaria travesía, que implica la recuperación de la memoria de uno de los grandes protagonistas de la historia social española en el siglo XX.
Para mí representa un valor
adicional, en la medida en que hasta la muerte de Franco, y en una investigación inacabada sobre el anarcosindicalismo anterior a 1936, conocí a muchos de los protagonistas de este libro, de Juan López a Federica Montseny, de mi amigo Diego Abad de Santillán a Cipriano Mera y a mi también entrañable amigo Ramonín. De ahí que esta reseña sea un homenaje a su recuerdo. Sin que ése fuera mi tema, en el curso de las conversaciones aparecieron las cuestiones y los conflictos reconstruidos en La CNT durante el franquismo, y he de afirmar que todas y cada una de las apreciaciones de Herrerín responde a lo que ellos me contaban. Las suscribiría sin reservas y sin excepciones. Otro tanto sucede con el capítulo sobre la sociabilidad, que distingue con finura entre la situación de los cenetistas exiliados en Francia y el exilio dorado de México. Tal vez matizaría la valoración final acerca del eclipse definitivo a mediados de los setenta: los residuos del sindicalismo sin sindicalistas confederal se encaminaban hacia la casi extinción, pero paralelamente, auspiciada por historiadores, cobraba forma una imagen mítica de la CNT como protagonista de una revolución perdida (y específicamente catalana). Ahí está el mito de un Salvador Seguí favorable a la independencia.
Después de Mayo del 68, resurgió la estimación positiva de lo libertario; lo prueba el número de Cuadernos de Ruedo Ibérico, elaborado por José Martínez, en su día joven anarquista. La llamarada se extinguió pronto; tiene, no obstante, su pequeño lugar en la historia.
Cabe aludir al acierto de fondo en el libro de Herrerín que supone la identificación y el análisis del complejo de causas de la inexorable agonía del anarcosindicalismo, algunas endógenas, heredadas de los conflictos anteriores a 1936 y consustanciales a la CNT, como la distinción entre "revolucionarios" y "posibilistas", otras impuestas por una represión favorecida por el carácter abierto de los medios anarquistas, y de la propia estructura de la Confederación. La rigidez doctrinal sostenida por los veteranos en el exilio condenaba de todos modos a una corriente cuyos soportes socioeconómicos desaparecían uno tras otro por efecto de la modernización de España. El triste episodio del "cincopuntismo", la colaboración en 1965 de sectores del interior con el verticalismo franquista, fue el signo de esa inadaptación.
El País
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