Yo también tiré huevos
Todos tendríamos que hacer una colecta para levantar un monumento a los chicos y chicas que tiraron huevos rellenos de pintura a la ignominiosa placa franquista de la fachada del Gobierno Militar de Las Palmas. Esa placa era una provocación. Ese trozo de fachada marmórea era como la lengua de Franco tratando de imitar a las ya famosas de Mick Jagger y Albert Einstein, a pesar de que el dictador bajito de bigote irrisorio (como el de Hitler, como el de Chaplin, como el de Aznar, como el de Soria) no era ni artista ni científico.
Siento vergüenza por que en tantas décadas de muro de la vergüenza en pleno centro de la ciudad, frente mismo al parque de San Telmo, nadie haya sido capaz de enfrentarse a esa placa periclitada y ridícula que provocaba a los transeúntes demócratas y a los turistas despistados que caminaban por Triana pensando que efectivamente España es a veces repugnantemente diferente.
Tengo cargo de conciencia por no haber acompañado a los imputados el otro día en el juzgado para que no se sintieran solos. Me consta que no se sintieron solos porque estuvieron acompañados por un grupo de amigos y correligionarios, pero eso es insuficiente. Teníamos que haber sido muchos más los que debimos mostrarles nuestra adhesión y nuestro agradecimiento. Porque han pasado muchas décadas para que las autoridades (militares, por supuesto) osaran descolgar tal barrabasada.
Las placas no muerden, pero sí sus rememoraciones. Duele que te recuerden día a día, machaconamente, que un militar golpista y dictador acabó con una república democrática partiendo de esta islas de ultramar. Hay cosas de las que los canarios no debemos sentirnos satisfechos y ésta es una de ellas. Saludo a esos jóvenes lúcidos y valientes que se han atrevido a tirar huevos con pintura a esa placa de la vergüenza, que sólo tiene sitio en un museo castrense.
Sin embargo, esta desagradecida sociedad, en vez de subirlos a un altar, tiene la osadía de juzgarlos como delincuentes comunes. Hubo un fiscal que tuvo el atrevimiento institucional y cómodo de pedir una multa infinitamente mayor al coste de la propia placa. Hubo un perito que tuvo la desvergüenza de reconocer en el juicio que se fió de la tasación que le dieron en el Gobierno Militar.
Todos somos esos pobres chicos imputados que sólo han cometido el crimen de la cordura, el civismo, la democracia y el pacifismo. Ellos han conseguido lo que muchas organizaciones políticas, culturales y sociales no pudieron en muchos años. Aunque algunos consideren su acto como una gamberrada, se ha demostardo que era la única forma de cortar por lo sano con una injusticia histórica y un agravio a los perdedores de la guerra civil, que eran justamente los que defendieron con su vida la legalidad vigente.
Un fiscal que pida una condena por tirar unos huevos a una placa que nunca debió existir no vive en este mundo. Las leyes hay que saberlas interpretar y no ejecutarlas al pie de la letra. ¿Pero en qué país vivimos y sobre todo en qué época?
Yo me autoinculpo. Yo también tiré huevos, aunque en realidad me quedé con las ganas. Ya lo dijo el anterior ministro de Defensa: ¡manda huevos! Pues eso: manda.
Cristóbal D. Peñate
Siento vergüenza por que en tantas décadas de muro de la vergüenza en pleno centro de la ciudad, frente mismo al parque de San Telmo, nadie haya sido capaz de enfrentarse a esa placa periclitada y ridícula que provocaba a los transeúntes demócratas y a los turistas despistados que caminaban por Triana pensando que efectivamente España es a veces repugnantemente diferente.
Tengo cargo de conciencia por no haber acompañado a los imputados el otro día en el juzgado para que no se sintieran solos. Me consta que no se sintieron solos porque estuvieron acompañados por un grupo de amigos y correligionarios, pero eso es insuficiente. Teníamos que haber sido muchos más los que debimos mostrarles nuestra adhesión y nuestro agradecimiento. Porque han pasado muchas décadas para que las autoridades (militares, por supuesto) osaran descolgar tal barrabasada.
Las placas no muerden, pero sí sus rememoraciones. Duele que te recuerden día a día, machaconamente, que un militar golpista y dictador acabó con una república democrática partiendo de esta islas de ultramar. Hay cosas de las que los canarios no debemos sentirnos satisfechos y ésta es una de ellas. Saludo a esos jóvenes lúcidos y valientes que se han atrevido a tirar huevos con pintura a esa placa de la vergüenza, que sólo tiene sitio en un museo castrense.
Sin embargo, esta desagradecida sociedad, en vez de subirlos a un altar, tiene la osadía de juzgarlos como delincuentes comunes. Hubo un fiscal que tuvo el atrevimiento institucional y cómodo de pedir una multa infinitamente mayor al coste de la propia placa. Hubo un perito que tuvo la desvergüenza de reconocer en el juicio que se fió de la tasación que le dieron en el Gobierno Militar.
Todos somos esos pobres chicos imputados que sólo han cometido el crimen de la cordura, el civismo, la democracia y el pacifismo. Ellos han conseguido lo que muchas organizaciones políticas, culturales y sociales no pudieron en muchos años. Aunque algunos consideren su acto como una gamberrada, se ha demostardo que era la única forma de cortar por lo sano con una injusticia histórica y un agravio a los perdedores de la guerra civil, que eran justamente los que defendieron con su vida la legalidad vigente.
Un fiscal que pida una condena por tirar unos huevos a una placa que nunca debió existir no vive en este mundo. Las leyes hay que saberlas interpretar y no ejecutarlas al pie de la letra. ¿Pero en qué país vivimos y sobre todo en qué época?
Yo me autoinculpo. Yo también tiré huevos, aunque en realidad me quedé con las ganas. Ya lo dijo el anterior ministro de Defensa: ¡manda huevos! Pues eso: manda.
Cristóbal D. Peñate
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