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MEMORIA HISTÓRICA

El escocés que quiso atentar contra Franco

El escocés que quiso atentar contra Franco Stuart Christie publica, 40 años después, un libro donde relata su aventura.

Debajo de su espeso jersey de lana llevaba adosado a su sudoroso pecho, con cintas adhesivas, la promesa de asesinar a Francisco Franco y cambiar así el curso de la Historia española.Pero la dolorosa eficacia de la policía del régimen pronto hallaría aquellos explosivos plásticos traídos desde Francia. Su aventura encaminada a terminar con la vida del Generalísimo encontraría, en ese mismo momento, su final.



Sin embargo, la adversidad de la experiencia no parece haber dejado un sabor amargo en su recuerdo, 40 años después de haber sido desbaratado el atentado. «El arresto fue algo que sucedió para bien. Probablemente así hice más por la causa antifranquista que si lo hubiera matado», afirma el ahora calvo Stuart Christie.

El escocés que decidió ocultar esas bombas bajo su prenda de invierno en pleno verano contaba con 18 años. Tenía muchas ganas de transformarse en un prohombre del anarquismo, cuando se embarcó en la odisea que signaría su existencia para siempre.

Su temprana obsesión con Franco había nacido algunos años antes, en los albores de su adolescencia, cuando sus familiares y su círculo de amigos adultos nutrían sus reuniones con anécdotas sobre la Guerra Civil. Especialmente, hablaban de la Brigada Internacional en la que algunos de ellos se habían integrado.

Pero quien más influyó en su vocación anarquista y antifranquista no fue ninguno de estos ex combatientes, sino una figura mucho más fuerte y determinante en el ideario de Christie: su abuela.«Básicamente, lo que ella hizo fue proveerme de un barómetro moral en el que se fusionaban el socialismo libertario y el anarquismo.Ella me dio la estrella que siempre seguí», comentó el activista británico en un reportaje publicado ayer por el periódico The Guardian. En él se promocionaba su último libro Mi abuelita me hizo un anarquista.

Fue así como, siempre guiado por su curiosa musa inspiradora, Christie comenzaría a contactar con algunos exiliados de la España franquista en Bristol, a quienes pronto les confesaría su más íntimo deseo. «Quiero hacer algo más que protestar y repartir panfletos», les dijo, y sus nuevas amistades no demorarían en complacerle.

En agosto de 1964, cuando su mundo aún no se extendía más allá del sur de Inglaterra, Christie recibió instrucciones para cumplir con su primera misión internacional. Debía entrar en España desde Francia con un cinturón de explosivos que, una vez en Madrid, le entregaría personalmente a otro contacto de la red junto con una carta que el escocés pasaría antes a buscar por las oficinas de American Express.

Pero la tarea no era nada sencilla. Después de recolectar los explosivos en París, Christie debía viajar en tren hasta Toulouse, de allí a Perpignan y, luego, intentar ingresar en automóvil a España.

En su libro, Stuart Chrisite relata con todo lujo de detalles la experiencia hasta Madrid, que, tal vez algo edulcorada con el paso del tiempo, es presentada por el autor como una ajetreada epopeya.

Durante el camino, vivió algunos sobresaltos como la revisión a la que fue sometido por la guardia franquista en la frontera entre Francia y España, hasta que el agente estampó su sello aprobatorio en el pasaporte de Christie. El protagonista de la historia no deja de resaltar el importante papel de su jersey.En él, y al menos en una primera instancia, pudo ocultar exitosamente las cinco pequeñas bombas, de un peso aproximado a los 200 gramos por unidad.

Sin embargo, a pesar del alentador comienzo, Christe fue apresado en plena calle por la policía, unos minutos después de que pasara a buscar la carta por las oficinas de American Express. Esa primera visita a España le costaría a Christie tres años y medio de prisión, que fue reducida por una carta de su madre en la que pedía clemencia al mismísimo Franco.

Hoy, su sentido del anarquismo se ha encauzado por los carriles del sistema democrático, y se ha manifestado como un seguidor del partido izquierdista Respect.

ADRIAN SACK
El Mundo

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