Blogia
MEMORIA HISTÓRICA

Libros

Jorge Martínez Reverte relata la batalla de Madrid

Jorge Martínez Reverte relata la batalla de Madrid MADRILEÑOS EN LAS TRINCHERAS


Madrid fue el centro de la guerra. Por eso Martínez Reverte ha recogido en 'La batalla de Madrid' (Crítica), la influencia de las decisiones militares en la vida de los madrileños a pie de calle y en el frente. El libro está escrito en un lenguaje que hace posible acercarse a la realidad de la guerra en la capital y en los lugares como Toledo, Talavera, Illescas o Seseña, que marcaron su inesperada resistencia. Al final de cada capítulo figuran los partes de guerra de ambos bandos.
Cuatro memorias escritas, algunas de ellas inéditas, y doce libros, además de numerosas entrevistas en directo, han permitido a Martínez Reverte hacer una narración global en la que puede sentirse la emoción de los protagonistas, el sufrimiento, la dureza, pero también el heroísmo y la cobardía.

La ciudad dividida

Jorge Martínez Reverte piensa que Madrid vivió la guerra de dos maneras: desde el pánico de los que veían llegar a los franquistas y habían tomado la decisión de resistir con el lema "no pasaran" y desde los que permanecían esperando su llegada. Unos decidieron permanecer en sus hogares a pesar del plan de evacuación y asumieron el lema de comunistas y anarquistas, "no pasarán", ante la inminente llegada del ejército franquista, en cuyas filas se encontraban los moros, que habían acompañado a Franco durante la contienda.

Franco intentó "tomar Madrid", explicó Martínez Reverte, pero no lo consiguió, y a pesar de que el gobierno había salido de la capital, todos sabían que mientras la ciudad no cayera, no acabaría la guerra, de modo que la ciudad se convirtió en "un símbolo". En Madrid unos intentaban sobrevivir a la guerra desde sus casas, como los que esperaban que llegara el ejército sublevado, pero otros salían cada día a la carretera de Toledo y a otros frente, donde caían a centenares.

Bohemia de guerra

La ciudad vive también importantes contradicciones, pues los alquileres bajan a la mitad por decisión del gobierno republicano, pero la carne duplica su precio porque no se consigue si no es en el mercado negro. Más tarde Madrid en su resistencia se llena de milicianos de otras provincias que mueren en su mayoría en el frente, ve partir a los obreros que construyen fortificaciones, y oye pasar a los piquetes que dejan cadáveres en los alrededores. Cuando llega el ejército sublevado a los alrededores, señaló Martínez Reverte, algunos de sus habitantes no quieren irse y a ellos se unen críos como los que rodean al final a los dos militares de los que depende en parte la suerte de Madrid, José Miaja y Vicente Rojo.

Madrid es también la única ciudad española en la que tuvo lugar una "bohemia de guerra", es decir, contar por las mañanas lo que ocurre en el frente en medio de bombardeos y reunirse por la tarde a tomar cockteles en la Gran Vía. En estos cafés, que son servidos por anarquistas, se reúnen también los intelectuales revolucionarios españoles junto a los que han venido de otras partes del mundo como André Malraux.

El Mundo Libro

"Hay que darle la vuelta a la memoria"

Casi desconocido hasta hace muy poco, Isaac Rosa (Sevilla, 1974) ha deslumbrado a la crítica y acaba de alcanzar la tercera edición con la novela El vano ayer (Seix Barral), una revisión del franquismo y la resistencia universitaria en clave.


Pregunta. ¿Cómo se le ocurrió escribir sobre el franquismo en un momento de saturación, cuando parecía que nadie podía añadir nada nuevo a ese tema?

Respuesta. En realidad, lo que quería era hacer una novela sobre el pasado, pero escrita en clave de presente. Plantear en ella el tipo de preguntas que se hace alguien que ha nacido en democracia y que, al mirar a su alrededor, trata de entender de dónde vienen los conflictos y déficits que la sociedad española ha venido arrastrando hasta hoy. No es, como suele decirse, un problema de falta de memoria, no es una cuestión de amnesia, sino de calidad de esa memoria. Hay que fijarse en qué nos han contado y qué no, y sobre todo en cómo nos lo han contado. El franquismo y la Guerra Civil se han convertido casi en géneros literarios, y, como tales, tienen sus limitaciones.

P. Ese hecho, el de no haber vivido el tiempo que refleja en su novela, ¿fue un obstáculo, o un acicate a la hora de sentarse a escribir?

R. Es una disposición a la hora de enfrentarte al tema. Mucha gente me ha preguntado acerca de mis motivaciones a la hora de abordar una novela como esta, y la respuesta es obvia: lo hice precisamente por la edad que tengo.

P. Su preocupación por el pasado y la memoria es algo patente en su obra.

R. Lo que me preocupa es no tomar esa memoria momificada, como de museo, que nos transmiten muy a menudo. Siempre se nos habla del franquismo en clave de novela histórica. De acuerdo, tenemos una memoria prestada. Ahora hay que asumirla y luego darle la vuelta, cuestionarla, enfrentarse a ella desde el presente.

P. ¿Es pesimista respecto a la recuperación de la memoria colectiva?

R. Cuando lees y te informas un poco, es difícil ser optimista. Se va produciendo el cambio generacional, va muriendo gente que vivió esos hechos y no dejó testimonios escritos... Todo trabaja a favor de que se vaya asentando una suerte de versión oficial muy difícil de contrarrestar. Esa memoria dominante también afecta al cine y la televisión.

P. ¿Qué parte del trabajo ocuparon las tareas de documentación?

R. No hice un trabajo específico en ese sentido. Hay lecturas anteriores de muchos años, pues siempre me interesó todo lo que se había escrito sobre el tema, tanto desde la ficción como desde la no ficción. Más bien fui a indagar en ciertos aspectos, completar algunas lecturas. Pero no quería hacer un rastreo de documentación exhaustivo ni pretendía una recreación de época, aunque la gente que estaba en la Universidad por aquellos años y que ha leído la novela me ha dicho que la ambientación es bastante fiel.

P. ¿Ha hecho algún descubrimiento sorprendente en esas indagaciones?

R. En El vano ayer hay mucha intertextualidad, pero no he desempolvado ningún archivo secreto ni creo haber descubierto ningún título desconocido. Sí que encontré, mientras escribía la novela, algunos pasajes muy reveladores. Por ejemplo, un libro del coronel San Martín, encargado del Servicio Secreto de Carrero Blanco, que escribió mientras esperaba juicio por el 23-F y en el que quiso dar cuentas de su servicio a España. En ese escrito se ve muy bien cómo se creaban redes de delatores y se infiltraban en los colectivos estudiantiles. La famosa carta de Cela ofreciéndose como delator es otro documento interesante en ese sentido.

P. El planteamiento técnico de la historia apela constantemente a la participación del lector. ¿Cabe hablar de novela interactiva?

R. Bueno, se ha hablado de novela en marcha. Es una escritura en tiempo real, que va explicitando muchos mecanismos de la novela y usa frecuentemente la segunda persona para involucrar al lector, entre otros recursos. Claro que eso no lo he inventado yo, hay una tradición consolidada.

El País

La perdida y olvidada CNT

La perdida y olvidada CNT El libro de Ángel Herrerín repasa la trayectoria del anarcosindicalismo durante la dictadura y su actuación en la clandestinidad y el exilio hasta casi borrarse su memoria histórica, pasando por una tímida revalorización de lo libertario nacida a raíz de Mayo del 68.


"El anarquismo es lo nuestro", me dijo Cruz Martínez Esteruelas, entonces al frente de la Fundación Juan March, cuando a principios de los setenta le propuse un plan de recuperación de documentos de la historia del movimiento obrero en España. Fueron tiempos de recuperación positiva de la imagen de la CNT, para unos, como el personaje citado y sus correligionarios franquistas, porque veían en ella el antídoto español a la presencia creciente del sindicalismo comunista de Comisiones. Para otros, fundamentalmente en Cataluña, porque la especificidad del anarcosindicalismo revolucionario otorgaba un marchamo obrerista al catalanismo. Hoy, como subraya Ángel Herrerín en la presentación de este excelente libro, sucede todo lo contrario: la CNT se encuentra perdida en un desierto, tanto para la historiografía como para la memoria. Vaya por delante que su trabajo constituye un magnífico mapa con vistas a la necesaria travesía, que implica la recuperación de la memoria de uno de los grandes protagonistas de la historia social española en el siglo XX.

Para mí representa un valor
adicional, en la medida en que hasta la muerte de Franco, y en una investigación inacabada sobre el anarcosindicalismo anterior a 1936, conocí a muchos de los protagonistas de este libro, de Juan López a Federica Montseny, de mi amigo Diego Abad de Santillán a Cipriano Mera y a mi también entrañable amigo Ramonín. De ahí que esta reseña sea un homenaje a su recuerdo. Sin que ése fuera mi tema, en el curso de las conversaciones aparecieron las cuestiones y los conflictos reconstruidos en La CNT durante el franquismo, y he de afirmar que todas y cada una de las apreciaciones de Herrerín responde a lo que ellos me contaban. Las suscribiría sin reservas y sin excepciones. Otro tanto sucede con el capítulo sobre la sociabilidad, que distingue con finura entre la situación de los cenetistas exiliados en Francia y el exilio dorado de México. Tal vez matizaría la valoración final acerca del eclipse definitivo a mediados de los setenta: los residuos del sindicalismo sin sindicalistas confederal se encaminaban hacia la casi extinción, pero paralelamente, auspiciada por historiadores, cobraba forma una imagen mítica de la CNT como protagonista de una revolución perdida (y específicamente catalana). Ahí está el mito de un Salvador Seguí favorable a la independencia.

Después de Mayo del 68, resurgió la estimación positiva de lo libertario; lo prueba el número de Cuadernos de Ruedo Ibérico, elaborado por José Martínez, en su día joven anarquista. La llamarada se extinguió pronto; tiene, no obstante, su pequeño lugar en la historia.

Cabe aludir al acierto de fondo en el libro de Herrerín que supone la identificación y el análisis del complejo de causas de la inexorable agonía del anarcosindicalismo, algunas endógenas, heredadas de los conflictos anteriores a 1936 y consustanciales a la CNT, como la distinción entre "revolucionarios" y "posibilistas", otras impuestas por una represión favorecida por el carácter abierto de los medios anarquistas, y de la propia estructura de la Confederación. La rigidez doctrinal sostenida por los veteranos en el exilio condenaba de todos modos a una corriente cuyos soportes socioeconómicos desaparecían uno tras otro por efecto de la modernización de España. El triste episodio del "cincopuntismo", la colaboración en 1965 de sectores del interior con el verticalismo franquista, fue el signo de esa inadaptación.

El País

'Las fosas de Franco' se editará en Estados Unidos y Francia

'Las fosas de Franco' se editará en Estados Unidos y Francia HA VENDIDO 30.000 EJEMPLARES EN ESPAÑA


La editorial americana North Atlantic Books editará en Estados Unidos el libro 'Las fosas de Franco. Los republicanos que el dictador dejó en la cuneta', de Emilio Silva y Santiago Macías. El libro ha obtenido un gran éxito de público en España, con 30.000 ejemplares vendidos desde que Temas de Hoy lo publicó en marzo de 2003. También está previsto que la editorial Calmann-Lévy lo edite en Francia el próximo año.

'Las fosas de Franco' narra la historia del abuelo de Emilio Silva -la primera víctima de la Guerra Civil reconocida a través de la prueba del ADN-, fusilado en 1936 y enterrado en una fosa común en Priaranza del Bierzo. Éste y otros casos, que se dan por toda España, son la base de la creación de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, de la que Silva y Macías son fundadores.

Precisamente, el Consejo de Ministros aprobó el pasado viernes un real decreto por el que se constituye una Comisión Interministerial para el estudio de las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo, cuyo cometido será elaborar un informe sobre las personas que fueron represaliadas "por su compromiso con la democracia".

El objetivo de este informe es redactar un anteproyecto de ley por el que se "rehabilitará moral y jurídicamente" a los afectados, entre los que se encuentran los miembros de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica.

El Mundo Libro

«La Guerra Civil española tuvo una escenificación triangular»

«La Guerra Civil española tuvo una escenificación triangular» El historiador ovetense echa por tierra el concepto de las dos Españas al atribuir la contienda a la lucha entre reformistas, reaccionarios y revolucionarios.

De una forma serena, pero inquisitiva, el historiador ovetense Enrique Moradiellos revisa las circunstancias que provocaron nuestra Guerra Civil y concluye que aquella brutal contienda fraticida no fue una gesta heroica ni un caso de locura trágica y colectiva, sino algo más complejo y, a la par, prosaico. En su último libro, '1936. Los mitos de la Guerra Civil', ve aquel estallido de irracionalidad como un «profundo cisma de extrema violencia en la convivencia de una sociedad atravesada por múltiples líneas de fractura interna». Además, echa por tierra el concepto de las dos Españas al atribuir el conflicto a reformistas, reaccionarios y revolucionarios.

-¿A qué mitos se refiere en su obra?

-Al heroico y al trágico. El primero surge justamente durante el conflicto y tiene por objeto dar una interpretación a cada bando de lo que está haciendo en la guerra. Es el mito de una gesta heroica y maniquea. Es la España contra la anti-España, si nos ponemos en el bando franquista, o el pueblo contra los privilegiados, si nos situamos en el bando republicano. Son perfiles míticos de un combate a vida o muerte entre dos bandos que necesariamente son distintos el uno del otro. Si cambiamos el contenido del formato, tenemos lo mismo para el caso franquista que para el republicano. En el franquista, esa visión de la gesta heroica toma la forma de una lucha por la nación y por la religión -por Dios y por España-, lo que significa que su enemigo está demonizado, está contra Dios, y es apátrida, al servicio de potencias extranjeras. En el bando republicano, el formato dualista maniqueo toma la forma, como dije antes, de una lucha del pueblo contra los explotadores, de los demócratas antifascistas contra los reaccionarios fascistas.

-¿Cuál es su razón de ser?

-Lo dijo José María Pemán poco antes de iniciar la guerra de una manera muy clara. Tiene el sentido de movilizar a su propio bando hasta el punto de poder exigir a esa población que dé la vida, la suya propia, la de sus hijos y sus madres, en favor de la causa. Decía Pemán: «Las masas son cortas de vista; sólo distinguen los colores crudos: el rojo y el negro».

Los años 60

-¿Cuándo surge el segundo mito, el que usted denomina trágico?

-La guerra como una cruzada, como una batalla contra el fascismo, se mantiene mucho tiempo en el ámbito del discurso público y también en el historiográfico. Pero, progresivamente, ya en los años 60, aparece ese nuevo formato mítico. La guerra va presentándose como una locura trágica colectiva, como una carnicería entre hermanos inútil. Dos son los elementos a considerar a la hora de saber por qué 20 años después surge este nuevo mito: el inevitable reemplazo generacional y la desaparición de las condiciones sociales y materiales al compás del intenso proceso de desarrollo y modernización socio-productiva de esos años 60, que se dio en llamar desarrollismo. Aparentemente, es un estallido de irracionalidad general donde unos se matan a otros equitativamente, por lo que todos son culpables.

-¿Cuándo comienzan a ponerse en entredicho esos dos mitos?

-De Hugh Thomas en adelante, la historiografía emprendió el vuelo y empezó a examinar las contradicciones, los perfiles oscuros que hay tanto en el mito de la gesta heroica, como en el de la locura trágica. Todos fuimos culpables por igual. En mi opinión, era importante tratar de poner al servicio de un público lector medianamente informado más de un cuarto de siglo de investigación historiográfica serena, paciente, bastante callada y siempre inquisitiva sobre lo que fue aquel fenómeno. Se ha investigado mucho y se saben muchas cosas, pero, a medida que se saben más, se ve la manifiesta inadecuación de cualquiera de estos mitos para explicar lo que fue la génesis del conflicto, su desarrollo y su desenlace.

La reconciliación

-¿Por qué esta nueva revisión de la Guerra Civil española?

-Porque entiendo que aún hay una gran persistencia de las dos grandes familias míticas: la gesta heroica y la locura trágica. Si el primer mito justificó la movilización bélica y dio cuenta de por qué la gente moría, el segundo legitimó algo importantísimo: la reconciliación nacional. Permitió esa transformación de principios de cultura cívica en los años del tardofranquismo que puso las bases morales y cívicas para una operación de desmantelamiento pacífico de la dictadura y una transición política a la democracia.

-Aunque una cosa implique la otra, ¿hubo una victoria franquista o una derrota republicana?

-Hubo una victoria absoluta e incondicional del bando franquista y una derrota total y sin paliativos de la República. Ésta se desplomó internamente por empuje del enemigo y por las circunstancias internacionales que coadyuvaron a la eficacia de ese empuje. Es como las dos caras de una moneda: son conceptos conjugados que no cabe separarlos. La victoria total y absoluta de un bando significó la derrota total y sin paliativos del otro. No hubo dos Españas que se lanzaron al cuello a muerte, ni la España legal frente a la real, ni la España joven frente a la vieja, como los poemas de Antonio Machado podrían hacernos creer. Hubo una lucha triangular, escenificada en las llamadas tres 'r': reformistas, reaccionarios y revolucionarios. En España, como en Europa, no había fascistas contra comunistas o socialistas frente a cristianos. Había reformistas democráticos, encarnados en Manuel Azaña; reaccionarios, autoritarios o totalitarios, Calvo Sotelo o José Antonio Primo de Rivera, y revolucionarios colectivistas, Largo Caballero, 'Pasionaria' o Durruti.

-¿Cuál fue el quid de la cuestión?

-En España, la potencia respectiva de reformistas demócratas y reaccionarios autoritarios era muy igual y así lo demuestran las convocatorias electorales, con una peculiar diferencia, que el tercero en discordia -los revolucionarios- tuvieron capacidad para derribar a Azaña en el primer bienio e intentar derribar al Gobierno cedista en el segundo, pero nunca para suplantarlos, tomar el poder y estabilizar la situación. Cuando se da ese empate de impotencias, surge la posibilidad de dirimir el conflicto no por medios políticos, constitucionales o electorales, sino mediante el recurso de las armas.

-Si la contienda no se hubiese internacionalizado, ¿el resultado hubiera sido el mismo?

-Eso es un contrafactor histórico y Dios me libre de meterme en tal cosa. Lo que sabemos es lo que sucedió. Que la guerra, que en principio estaba virtualmente paralizada en las primeras semanas, porque ningún bando tenía armamento para continuar, deja de estarlo cuando la internacionalización del conflicto proporciona apoyo a uno o lo niega a otro para llevar adelante las operaciones bélicas. Por lo tanto, es incomprensible la guerra civil sin el fenómeno de la internacionalización. Ninguna de las tareas que debe abordar un bando ante una guerra hubiera podido ser acometida ni por franquistas ni por republicanos sin el concurso exterior.

-¿A qué tareas se refiere?

-Ante todo y sobre todo, configurar un ejército combatiente, que es estructura de mando jerárquica, experiencia y disciplina en sus filas y que es logística de suministros materiales constantes y suficientes, que repongan los que se gastan. ¿Y aquí dónde radicaba la industria militar? Era mínima y, además, estaba fraccionada. Una quedó en Barcelona, otra en el País Vasco y otra en Oviedo.

La conexión exterior

-¿De dónde provenían entonces las armas?

-Pues de la conexión exterior. En un caso, por un crédito ítalo-germano por envío de material bélico italiano y alemán con apoyo diplomático, y en otro, por movilización de las divisas que se entregan y se envían en tres cuartas partes a Moscú para que la Unión Soviética, convirtiéndolas en divisas, pague los suministros -alimenticios y petrolíferos- que sostienen al bando republicano. Si eliminamos la conexión exterior, la guerra no hubiera durado ni tres semanas.

-¿A quién hay que atribuir la iniciativa?

-No fue Europa la que decidió intervenir en España. Fueron los españoles -los dos bandos a la par- quienes recurrieron al exterior para dirimir sus responsabilidades. La lucha fue endógena; surgió internamente en España; fueron los españoles los que quisieron ir a las armas para dirimir el conflicto de competencias y de hegemonías. Que recurrieran al exterior estaba dado en el contexto de una Europa que iba acercándose a su segundo conflicto mundial en apenas 50 años.

El Comercio Digital

La batalla de Madrid

La batalla de Madrid Hace sólo seis días que ha empezado el otoño y en los campos soplan tempestades revolucionarias y vientos de miedo. Un rumor de pasos africanos se acerca a Madrid. Los generales sublevados, los vencedores de Toledo, quieren tomar café en la Gran Vía y oír misa en los Jerónimos.
Un cerco de muerte acecha desde Majadahonda hasta Vallecas. regulares y legionarios atacan en la Casa de Campo y asaltan la Ciudad Universitaria protegidos por los cañones del cerro Garabitas. Allí, en las trincheras, junto a las facultades, en las salas del Clínico, les paran los milicianos socialistas, republicanos, anarquistas y comunistas, las brigadas internacionales pueblo de Madrid,hombres y mujeres que no les dejarán pasar.
Dentro de la ciudad hay otro frente en el que miles de personas sobreviven al miedo. Ya no hay apenas paseos, pero aún se fusila al margen de la ley.
Durante cuatro largos meses de combate, Madrid será la patria del sufrimiento. Cuando, agotados, descansen los frentes, seguirá la batalla en el cielo. Bombas sobre Alcalá, bombas sobre El Prado,bombas sobre Atocha ... Arden las chabolas del barrio de Tetuán, arde el paladio de Liria ... Una alfombra de niños muertos cubre Getafe. Y apenas la punzada del hambre. Ya no hay qué comer en Madrid, pero Madrid resiste.
A oscuras, las calles están desiertas y ciegas, resuenan las descargas de fusilería, el chasquido rítmico de las ametralladoras y, de vez en vez, los cañonazos densos y opacos. En el pecho la angustia, la zozobra y el dolor de todo por todo.
Pero Madrid resiste. Y se hace leyenda.

Jorge M. Reverte
La batalla de Madrid, Ed. Crítica

El ejército de Franco y de Juan Carlos

El ejército de Franco y de Juan Carlos Introducción. El Ejército y el Estado

El Estado es un vasto organismo parasitario que se ciñe como una red al cuerpo de la sociedad y le tapona todos los poros. Cuatro burocracias componen la artificiosa maquinaria del Estado español, eso que ha venido denominándose «el Régimen de Franco», o con otra fórmula más breve, «el Régimen» a secas.

Estas cuatro burocracias, que se encuentran fuertemente entrelazadas, son las siguientes por orden de efectivos aproximados y de importancia:

Burocracia Número de Individuos Observaciones
1. Civil 540.000 Incluyendo 360 000 de la Administración central y 190 000 de la Administración local
2. Militar 200.000 Incluyendo los efectivos de los tres Ejércitos, Policía y Guardia civil, pero sin contar con los 260000 reclutas del reemplazo anual.
3. Eclesiástica 150.000 Incluyendo novicios, seminaristas, conventos de clausura, así como el clero regular y secular de ambos sexos
4. Sindical 110.000 Incluyendo funcionarios sindicales, Instituto Nacional de Previsión. Mutualidades y organismos parasindicales
Total 1.000.000

El aparato del Estado en España está formado, pues, por un Ejército de 200 000 individuos, la burocracia militar, junto a otro ejército de funcionarios, que suma más de medio millón de individuos, la burocracia civil; más 150 000 de la burocracia eclesiástica y 110 000 de la burocracia sindical.

La burocracia civil ha adquirido en España, por medio de la férrea centralización de la Dictadura, una ubicuidad y una omnisciencia extraordinarias. Falto de elasticidad y autonomía, este aparato burocrático que forma parte integrante del Estado es un verdadero ejército civil de más de medio millon de individuos, que arrastra tras de él -si no se olvidan sus familias- una masa ingente de intereses y existencias. (1) Las instituciones políticas que nacieron de la guerra civil son fácilmente caracterizables por su extremado autoritarismo y responden, en general, a los siguientes principios: privilegios en favor de la clase dominante, centralización absoluta y tendencia a transformar los servicios administrativos en servicios policiales del Estado. (2)

Hace algún tiempo podía decirse que las instituciones reales más sólidas del país eran la burocracia militar y la burocracia eclesiástica. Pero hoy nadie se atreve a decir otro tanto. La burocracia eclesiástica, con un total de miembros evaluado en cerca de 150 000 individuos de ambos sexos, ha sufrido en escasos años un deterioro político considerable: la crisis de la burocracia eclesiástica ha conmovido al Régimen en sus cimientos a partir de 1970.

La burocracia militar tampoco ha escapado del inevitable proceso de desgaste político que se ha agudizado recientemente, de forma extraordinaria, con el golpe de Estado militar en Portugal y el ocaso biológico de Franco.

La burocracia sindical sigue aún formada, en gran parte, por los supervivientes de la naufragada burocracia falangista, cuyos militantes estaban encuadrados en la FET y de la JONS, el partido único desaparecido legalmente en 1966. El aparato de la burocracia sindical proviene de la ordenación totalitaria y por corporaciones de todos los trabajadores españoles, copia de los sindicatos fascistas instalados antaño en Alemania e Italia. Aplicando fielmente la ideología leninista numerosos miembros de las Comisiones obreras, todavía clandestinas, están ocupando cargos de representación sindical y desplazando progresivamente a los residuos falangistas. El aparato sindical se refuerza, en definitiva, con esas nuevas inyecciones de savia burocrática.

Las Fuerzas armadas, la burocracia militar, han sido el centro político de inspiración y de organización del Estado desde 1936; y de ahí que surgieran para calificar al Régimen denominaciones castrenses tales como la de «democracia orgánica». Hablando en términos sumarios, suele decirse que el Ejército español se sublevó en 1936. Esto es inexacto. Se sublevaron ciertos jefes y muchos oficiales en conexión con un aparato de conspiración política que sirvió de catalizador a ese y a otros elementos menos decisivos. Una parte numéricamente considerable del Ejército secundó a los oficiales pioneros por ideología y, en algunos casos, por espíritu de cuerpo. Una parte poco menos numerosa permaneció leal al gobierno de la segunda República o se marginó del conflicto creado. Un porcentaje elevado entre los altos mandos rehusó dirigir el movimiento y, en muchos casos, aquellos mandos fueron liquidados por los oficiales promotores. Basta recordar que muchos de los que a lo largo de la guerra habían de mandar grandes unidades comenzaron aquélla de tenientes coroneles. (3) El año 1936 señaló el advenimiento de las Fuerzas armadas a un papel de predominio político absoluto en España. El Ejército de Franco acrecentó durante la guerra el volumen y la complejidad de su estructura burocrática, su vinculación con la oligarquía y un control efectivo sobre todos los aspectos de la vida en la sociedad española. Terminada la guerra, Franco decidió mantener en pie de guerra un Ejército de un millón de hombres, pero en el decreto del 25 de agosto de 1939 ordenó que el 80°/o de todos los puestos burocráticos del Estado fuesen reservados a «los cruzados» desmovilizados, consiguiendo así el Régimen que el personal de la Administración estuviese compuesto, en una alta proporción, por los combatientes militares de la «cruzada».

Las Fuerzas armadas y de Orden público forman la burocracia militar en España. Según la Ley orgánica del Estado franquista, «las Fuerzas armadas de la Nación, constituidas por los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire y las Fuerzas de Orden público, garantizan la unidad e independencia de la Patria, la integridad de sus territorios, la seguridad nacional y la defensa del orden internacional. Y un Alto Estado Mayor, dependiente del presidente del gobierno, será el órgano técnico de la Defensa nacional, con la misión de coordinar la acción de los Estados Mayores de los tres ejércitos».

Aunque las Fuerzas armadas constituyen un solo Ejército, existen en el gobierno tres ministerios correspondientes a los ejércitos de Tierra, Mar y Aire. Los tres ministros militares han ejercido desde la guerra civil hasta 1975 un mando delegado por el general Franco, carismático jefe del Estado que ha ostentado el título de generalísimo de los Ejércitos.

Un organismo sedicioso militar, la Junta de Defensa nacional, fue el trampolín político utilizado por el general Francisco Franco para alcanzar la jefatura del Estado en 1936. La Junta de Defensa nacional, creada el 24 de julio de 1936, era un organismo netamente militar y fue el embrión del actual Régimen. El general Miguel Cabanellas fue su primer presidente y la formaban como vocales los generales Saliquet, Ponte, Mola, Queipo de Llano y los coroneles Montaner y Moreno Calderón. El general Franco se incorporó tardíamente como vocal, pero logró imponerse sobre el resto de los generales, por la potencia del «Ejército de África» y, a nivel de intrigas, ayudado, sobre todo, por su hermano.

Así, reunidos los componentes de la Junta de Defensa nacional el 12 de septiembre de 1936 en el aeródromo de San Fernando, cerca de Salamanca, acordaron establecer el mando único que fue ocupado por el entonces general de división, Francisco Franco Bahamonde. La transmisión de poderes se celebró en Burgos, el 1 de octubre de 1936. El mismo día, Franco disolvió la Junta de Defensa nacional creando la Junta técnica del Estado, compuesta de personalidades civiles «independientes», con un general como presidente que sometería sus dictámenes a la aprobación de Francisco Franco, autoerigido jefe del Estado. El general Dávila fue designado presidente de la Junta técnica y jefe del Estado Mayor General del Ejército, aunque el cargo decisivo era el de secretario general de la Junta técnica del Estado, ocupado por Nicolás Franco.

Luego, en enero de 1938, se constituyeron las once carteras ministeriales que compondrían el primer gobierno de Franco. La Junta de Defensa nacional fue de nuevo creada por el artículo 5° de la Ley de 8 de agosto de 1939 para que actuara, esta segunda vez, como órgano consultativo o de asesoramiento. (4)

Las Fuerzas armadas españolas, lo que todavía puede denominarse con toda propiedad el Ejército de Franco están constituidas fundamentalmente por los ejércitos de Tierra, Mar y Aire, los tres ejércitos; más las llamadas Fuerzas de Orden público, el cuarto ejército, formado por la Guardia civil, la Policía gubernativa y la Policía Armada.

Jesús Ynfante

1. Ynfante, Jesús: La prodigiosa aventura del Opus Dei: génesis y desarrollo de la Santa Mafia, Ruedo ibérico, París, 1970, p. 187.

2. Tierno Galván, Enrique: « Espagne, dénazifier 1'enseignement supérieur avant d'entreprendre toute reforme technique », Le Monde Diplomatique, París, septiembre de 1968.

3. Revista Mañana, no 11, enero de 1966

4. Según la Ley Orgánica del Estado de 1966, «una Junta de Defensa Nacional integrada por el presidente del gobierno, los ministros de los departamentos militares, el jefe del Alto Estado Mayor y los jefes de Estado Mayor de los ejércitos de Tierra, Mar y Aire, propondrá al gobierno las líneas generales concernientes a la seguridad y defensa nacional. A esta Junta de Defensa nacional podrán ser incorporados los ministros o altos cargos que, por el carácter de los asuntos a tratar, se considere conveniente».

La Junta de Defensa nacional, que no ha tenido especial relieve político hasta nuestros días, adquirió importancia como órgano supremo de consulta militar en 1975 cuando, durante la larga agonía de Franco, sobrevino !a crisis del Sáhara.

Diario de la guerra de España

Diario de la guerra de España El Diario de la guerra España de M. Koltsov es el testimonio más Impresionante que se hayo escrito sobre el primer periodo de la guerra civil española.

Koltsov había escrito tres libros de su Diario cuando quedo interrumpida su actividad literaria en 1938. Detenido por las autoridades soviéticas en 1938 es fusilado en 1942 a consecuencia de las purgas de Stalin, sin haber acabada su obra. Los editores de la último edición rusa - de acuerdo con las ideas del autor- han recogido en un cuarto libro las crónicas que Koltsov publicó en Pravda entre julio y diciembre de 1937. Ruedo ibérico presenta hoy la traducción castellana de esta edición.

Koltsov, corresponsal extraordinario de Pravda en España, fue testigo ocular de los acontecimientos que narra. Estrechamente ligado a la política contemporánea del partido comunista ruso y periodista fuera de lo común, unió a una gran valentía personal, dotes políticas y militares excepcionales, una innegable profundidad de análisis, una lengua exacta y poética. Su papel en España fue mucho más importante que el que se puede esperar de un simple corresponsal de guerra, y sus actividades le situaron en más de una ocasión en el plano más elevado de la acción política. Esta insólita posición le arrostra a cometer -en contadas ocasiones- errores de juicio que el lector ha de descubrir fácilmente con desagrado. Pero el conjunto del Diario está escrito con una valentía y una honradez, doblemente apreciables si no se olvida la significación politico -y militante- del autor.

El paisaje de Koltsov tiene una manera especial en la que se mezcla la repreentación visual del objeto, la emoción lírica provocada por el mismo y la cacterización política de todos sus elementos. Muestras acabadas de esta estilística son las descripciones de Barcelona, de Toledo, los paisajes diurnos y nocturnos de Madrid sitiado, los campos de Aragón y de Castillo, los cuadros de batallas. Su maravillosa fuerza descriptivo desata irresistiblemente la emoción en los pasajes más duros del Diario: la muerte de Lukaks, la conversación con el aviador moribundo, el tanquista herido, el asalto frustrado al Alcázar...

Pero nada supera, sin duda, la maestría de los retratos de Koltsov. Su pluma arranca los rasgos esenciales del modelo y fija definitivamente los hombres más significativos del campo republicano: Largo Caballero, Durruti, Alvarez del Vayo, Rojo, Malraux, García Olíver, Kléber, La Pasionaria, Casares Quiroga, Líster, Checa, Aguirre, José Díaz, junto a gentes de importancia menos señalada, con frecuencia anónimos: oficiales, soldados, mujeres, niños...

Documento literario y político de un periodo -I936-I937- ayuda no sólo a revivirlo sino comprenderlo. Su complejo carácter de descripción, de testimonio histórico, de análisis, proyecta una viva luz sobre las siguientes etapas de la guerra civil que acabó con la derrota de la España republicana.

Los editores han querido ilustrar la exposición literaria de Koltsov con numerosos documentos fotográficos -hoy desconocidos en su mayor parte para el publico español- y que ciñen con rigurosa disciplina el texto del autor a lo largo del libro.

Mijail Koltsov
Diario de la guerra de España
Traducido del ruso. Cubierta de André Gürtler
496 pp., num. ilustr. Ft. 16x24
Paris 1963